La semana pasada Cochabamba fue el escenario de la firma de cuatro convenios entre el presidente boliviano Evo Morales y la presidenta argentina Cristina Fernández. La reunión debió realizarse en mayo pasado para conmemorar el bicentenario de la batalla de la Coronilla, pero había sido postergada para esta oportunidad que también sirvió para que la mandataria del vecino país haga una visita al histórico sitio que en 1812 salvó a Argentina de grandes derrotas que la habrían postrado indefinidamente en el coloniaje. La firma de los convenios se produjo bajo el objetivo común de “lograr el beneficio para nuestros pueblos”.
Los cuatro contratos fueron: el primero, impulsar la comercialización de propano, butano y gas licuado de petróleo a partir del segundo semestre del próximo año; el segundo de carácter interrumpible o sea que la compra y la venta de gas natural entre ambos países estarán sujetas a la disponibilidad y capacidad de transporte; el tercero, realizar acciones conjuntas en materia de políticas públicas de inclusión digital, telecomunicaciones, contenidos educativos y culturales sobre la base, principalmente, de experiencias argentinas; y el cuarto, de reconocimiento mutuo de los títulos y grados académicos de educación superior.
Un somero análisis de los contratos permite ver que la política económica boliviana continúa aferrada a la tradicional conducta colonialista de vender materias primas a otras naciones y recibir, a cambio, de los países metropolitanos artículos de consumo inmediato, esta vez mercaderías fungibles como ser métodos digitales, telecomunicaciones, contenidos educativos y culturales, figuritas y tiras cómicas, etcétera.
En efecto, nosotros vendemos gas que produce riqueza y moviliza toda la economía argentina (que de ahora en adelante podrá interrumpir en sus pagos cuando tenga o no disponibilidad), mientras recibimos tiras cómicas y figuritas de televisión que se volatilizan al instante, previo pago en dinero (divisas) en efectivo, contante y sonante, y que no retorna más. Como se decía en otros tiempos: “Se llevan nuestra plata y sólo nos dejan trapos”.
Es lógico, por lo demás, que la Presidenta argentina hubiese declarado: “Creímos que ha sido una jornada muy fructífera; para nosotros es muy importante no solamente el logro de acuerdos de contenido económico, sino reafirmar nuestra decisión de fortalecer nuestras relaciones… Me voy muy feliz”. Tal apreciación confirma que mientras Argentina industrializa las materias primas que le enviamos, Bolivia continúa dedicada a proveer a los vecinos productos en bruto para su industrialización en el extranjero, política colonial que ahora se repite con nuevos argumentos, con el detalle de que el gas boliviano es exportado por Buenos Aires a Chile con ganancias jugosas.
A esos antecedentes ahora se suma un nuevo punto señalado en el segundo contrato, por el cual si Argentina no tiene disponibilidad y capacidad de pago, nos pagará cuando tenga los fondos necesarios, a la vez que Bolivia dejará de enviar gas en cuanto no pueda producir la materia prima, relación contractual muy novedosa y contenida bajo el término de “contrato interrumpible de compra-venta de gas natural”.
Finalmente, se debe agregar que la venta de gas boliviano a Argentina se incrementará en 2,67 millones de metros cúbicos diarios, hecho que permitirá a la economía del país vecino ahorro por 227 millones de dólares, suma considerable en momentos en que Argentina carece de moneda americana, la misma que tiene notable tendencia al alza. Esos datos confirman que mientras ciertos países vecinos tienen tendencias de dominio colonialista, la política boliviana se inclina cada vez más por la dependencia colonial basada en la exportación de materias primas y recibir, a cambio, las migajas del banquete de Opulón.
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