A pesar de la excesiva deuda externa que tenemos, entre los meses de enero y abril del presente año, nos hemos endeudado con 77 millones de dólares más; un monto que es peligroso para nuestra economía, especialmente si no se va a cumplir los proyectos en los que serán invertidos.
Es muy grave la situación por el hecho de que nunca se ha sabido con detalle en qué se ha invertido el dinero que nos prestaron organismos internacionales como Banco Mundial, CAF, Fondo Monetario Internacional y banca privada. Por ambas formas de endeudamiento se nos hipotecó ante ellos; ante los unos, por la deuda que implica bajos intereses, largos plazos, años de gracia y con sentido de cooperación al desarrollo del país, este el caso de los organismos internacionales; ante el otro, por la deuda multilateral o de la banca privada con altos intereses y cortos plazos.
Todos los préstamos han tenido fijados proyectos en los que se invertiría; pero, lamentablemente, poco o nada se ha dicho sobre las obras realizadas o a punto de ser emprendidas. En todos los gobiernos se habló siempre de la urgencia del endeudamiento, en unos más que en otros; en algunos casos, los préstamos contraídos por un Gobierno, recién fueron desembolsados para que otro disponga de ellos; pero, como los planes y proyectos de cada régimen siempre han sufrido mutaciones de conveniencia partidista, no se supo cuál fue el destino final de esos dineros que el país, más temprano que tarde, tendrá que pagar con los respectivos intereses y también comisiones y otros que exigirían los acreedores.
El Gobierno se precia de contar con reservas que sobrepasan los 12 mil millones de dólares; dijo que parte de ellas se invertiría en algunas obras de desarrollo; sin embargo, poco o nada se supo al respecto; pero, por otro lado, la colectividad se informa con nuevos préstamos -esta vez de 77 millones de dólares en cuatro meses- que forzosamente implican nuevas obligaciones para el país.
La pregunta es concreta, si en cuatro meses elevamos nuestra deuda con 77 millones, ¿cuál será el resultado hasta finales de esta gestión? ¿Y cuánto habremos honrado de lo que se debía al 31 de diciembre de 2011? ¿Cuál es el monto de intereses y comisiones a ser pagados? Las preguntas fluyen como el agua entre los dedos de una mano, pero habrá que convenir en que el país debe conocer esos y otros detalles referidos a cuánto debemos.
El problema es preocupante y lo es mucho más si se tiene en cuenta que también afrontamos una deuda interna que también hay que pagarla y cuyos montos no son cifras solamente asentadas en libros. Este es un grave problema que aumenta las preocupaciones y que, de una u otra manera, pospone las esperanzas de desarrollo, alienta la dependencia, posterga la iniciación de obras importantes que deberían ser emprendidas hace muchos años y que, de gestión en gestión, fueron pospuestas.
La deuda interna preocupa doblemente porque los gobiernos, con alentarlas como déficit de gestión en la aprobación de cada presupuesto o ley financiera (no ley “financial”), creen haber salvado los problemas como insinuando que el pueblo, ingenuo e inocente, aceptará de buenas a primeras que ese empoce a la cuenta del déficit es suficiente para creer que un balance está debidamente consolidado, cuando los ingresos jamás se parangonan con los egresos, que siempre son mucho mayores. Las autoridades económicas tendrán que ver con mucho cuidado este problema, ya que endeudar más al país es muy peligroso y contraproducente.
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