Israel Camacho Monje
No debemos seguir viendo impasibles las deplorables condiciones en las que sobreviven muchos abuelitos y abuelitas, que son obligados a vivir en estrechos y húmedos cuartos de un metro y veinte centímetros de largo, por un metro de ancho, y dormir, si así se lo puede llamar, sobre un colchón de paja tendido en suelo de tierra o cemento, y apenas con dos frazadas viejas, para cubrirse.
Y es que tan cruda explotación de las abuelitas y abuelitos es ejecutada sin vergüenza por algunos desnaturalizados hijos e hijas, sin tener en cuenta que gracias a ellos han venido al mundo, y han sido cuidadosa y amorosamente criados, y con sacrificio responsabilidad y sacrificio enviados a estudiar: Primaria, Secundaria y hasta ingresar a las universidades públicas o privadas, para que salgan profesionales.
Y si bien ellos no piden la devolución de sus fuerzas gastadas ni montos de dinero invertidos en su crianza y educación, debe ser obligación de todo hijo o hija bien nacidos, por lo menos darles consideraciones y el trato humano que merecen como un justo reconocimiento a sus privaciones y sacrificios.
Pero lo primero que hacen algunos hijos, ni bien encuentran un trabajo remunerado o salen profesionales, es contraer matrimonio o juntarse con sus parejas, para traer hijos al mundo, porque saben que tendrán con los abuelitos los servicios gratuitos de niñeras o niñeros, así como cocineras o cocineros, sin pagarles sueldo alguno. Para el colmo de males, todavía se les exige la entrega mensual del bono solidario que el Estado otorga a todos los ancianos de nuestro país. En este caso el argumento es que también deben contribuir al sostenimiento del hogar.
Y la desvergüenza de esos hijos e hijas es tal, que la abuelita y el abuelito dentro de sus hogares son considerados como “trabajadores domésticos”, a los que se les prohíbe comentar dicha situación. Tampoco se les permite estar presentes cuando sus “patrones” reciben visitas, por lo que no deben salir de sus cuartitos, hasta que los visitantes se hayan ido.
Y cuando alguna vez el anciano o anciana (padre o madre) ha sido reconocido por algún visitante, reciben la reprimenda del siglo. Esto es, ¡quién te ha dicho que entres a la sala!, ¡quién te ha autorizado para que hables con nuestros invitados!, ¡ahora qué van a decir nuestras amistades!, ¡nos has hecho pasar vergüenza! Y siempre les andan recordando que los tienen en sus casas por compasión.
Pero lo único que quieren los abuelitos y abuelitas es que se respete su dignidad de seres humanos. Si no se los puede tolerar en los hogares de sus hijos o hijas, yernos o nueras, antes de utilizarlos domésticos, o ser echados a la calle, por lo menos que sean internados en cualquiera de los centros especializados para la gente de la Tercera Edad, que hay en todas las ciudades de Bolivia. Por lo que cualquier abuso o determinación que se tome en contra de los mismos, deberá ser denunciado a la Defensoría de la Vejez, cuya creación tiene que ser prioridad del actual Gobierno nacional.
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