Más allá de la música, el movimiento y las danzas, las entradas folklóricas también se convierten, hoy en día, en desfiles de creatividad de trajes bordados con diseños únicos que bordean la fantasía. Muchas familias viven de esta actividad, pero algunas la han convertido en su forma de vida.
María Fernández, bordadora de trajes folklóricos, relata los cambios de este oficio desde la época de su padre hasta la actualidad. Fernández, al igual que otras muchas familias viven del flete de trajes folklóricos para diversos eventos.
En la calle Los Andes, una fila de llamativos trajes, invita a la tienda de Fernández, “Raíces de América” que funciona desde hace 50 años. Ella, psicóloga y educadora de profesión continúa con la herencia de sus padres y continúa bordando y fletando llamativos trajes de chinas morenas, diablada y caporales.
“La tienda está unos 50 años porque mis papas fueron los primeros bordadores. Luego empezaron a dejar herencia a sus hijos y toda la familia Fernández Sánchez es bordadora, claro que todos son profesionales pero como tienen la herencia del bordado siguen con eso. Por ejemplo yo sigo acá y sigo con la herencia de mis papás y de mis hijos, aunque yo quiera que todos sean profesionales, sé que alguno de ellos va a seguir con esta línea de trabajo”, explica.
Los trajes que consisten en botas bordadas, fuste, el can can, la blusa, el corsé, los guantes, sombreros, plumas, tullmas y aretes, son confeccionados por toda la familia. Como explica Fernández, una persona puede elaborar un traje en tres días, pero si dos o tres personas trabajan en el traje éste se termina en un día.
Fernández explica que todos los insumos para la elaboración de los trajes, llegan de China. También afirma que el material más fino es el que se importa desde Japón, pero tanto las lentejuelas como las perlas y las telas son chinas.
“Cuando mi papá comenzó era todo importado también pero las telas, las lentejuelas eran más japonesas ahora todo es chino. En realidad el cambio más grande es la estilización de los trajes, pues estos ya no son tan tradicionales y se opta por lo fantasioso. Se ofrece diseños de morenos, dragones, con whipalas, pero las señoritas traen sus propios diseños. Aun así, nuestra es mantener el bordado a mano”, comenta.
Para este trabajo, los bordadores invierten 700 u 800 bolivianos dependiendo de qué tan cargado sea el traje, el diseño y el material que se utiliza. Después estos trajes de “primera salida”, se fletan y su precio es menor de acuerdo al número de salidas que tenga.
“La primera salida es de 400 bolivianos y en este caso, de la entrada universitaria, como son estudiantes las señoritas que fletan; a veces piden una rebaja que llega a 300. Luego se rebaja el flete de acuerdo a la salida que tenga. Ha habido mucha demanda, pero en estas fechas no sólo trabajamos para la entrada universitaria, sino trabajamos ya para fiestas como el 6 de agosto, el 15 de agosto para Brasil, donde los residentes bolivianos hacen su propia entrada”.
Por todos los pedidos, es usual que la tienda rebalse de colores y retazos de tela. Fernández, junto a su mamá, muestra los nuevos trajes que se utilizarán en Argentina, Brasil y Chile”
“Llevan para la fiesta de Charrúa y también llevan a Chile y nosotros etiquetamos como “hecho en Bolivia”, entonces eso favorece porque nosotros también somos recelosos de nuestro trabajo”, afirma, mientras continúa entregando los trajes que las jóvenes recogen para la entrada universitaria.
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