De la niña con un padre melómano y la madre de nombre Janis, no se podía esperar menos. Desde muy chica fue expuesta a grandiosas jornadas de horas de horas de escuchar a los más grandes como Sinatra o Miles Davis. Antes de acceder a su primer instrumento ella ya hacia música, componía en el aire. Llegada la adolescencia se encontró entre los ensambles de jazz y rimas haciendo hip hop y fue donde decidió jugar a por todas y encontró su verdadero rumbo musical que la llevaría a ser una de las mejores voces del soul mundial.
Mucho se ha hablado en este primer año de su muerte sobre las causas de la misma. Nada más inútil en este momento que saber de que murió. De qué vivió, es otra cosa; vivió de y para la música. Vivió y compuso acechada por fantasmas que inundaban su mente y la torturaban sin cese, dando como resultado composiciones llenas de sentimiento y sinceridad. Un artista es grande cuando su arte es sincero… qué sincera era Amy en sus letras, qué grandioso el legado musical que nos dejó.
Si bien solamente grabó dos discos, a cual mejor, la huella y vacío musicales que dejó son enormes. Paz donde estés Amy…
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