El mestizaje emerge de dos vertientes: biológica por la fusión de razas y cultural por la asimilación de patrones de comportamiento. Modernamente se deshecha una supuesta superioridad racial blanca de tipo darwininista en relación con las otras razas. Esto descarta insumir el tema en aspectos de política doméstica como se intenta en el debate acerca del próximo Censo Nacional de Población y Vivienda, afirmando que la autoidentificación mestiza per se, connotaría un rechazo tácito al oficialismo o, al contrario, de apoyo por la pertenencia a lo indígena. La susceptibilidad a que una mayoría se adhiera a la categoría mestiza parece determinante para la exclusión de la señalada categoría.
Se dice, como antecedente, que en el censo de 2001 no se consignó la indicada clasificación por influencias de un sacerdote (Xavier Albó), tardío imitador de fray Bartolomé de las Casas, quien fuera justificado defensor del indio en el Siglo XVI. El comedimiento censal de aquel predicador indianista no repara en el pecado discriminador hacia el mestizaje, fenómeno humano que trasciende lo específicamente boliviano.
Asimismo, extraña traer a cuento que los originarios de veleidades mestizas incurran en desclasamiento o pérdida de su identidad, discurso válido para otras ocasiones pero advenedizo en materia censal. Parecido sinsentido es interrogar sobre el origen del mestizaje en esta parte del globo -por su obvia factura colonial- tanto más si aceptamos la inexistencia de razas puras, fruto de la trashumante andadura del homo sapiens y si nos situamos ante un hecho de rotunda naturaleza humana. El mexicano José Vasconcelos considera la fusión hispana-indiana como la “raza cósmica”, llamada en perspectiva a una misión trascendental y redentora del género humano, sin duda, valorando las virtudes y características de cada uno de sus componentes genéticos.
Por otra parte, pretender, en lo doméstico, que entre 1952 y 1964 se usó el mestizaje en función de “corriente política” con la mira de uniformar u homogenizar la diversidad nacional, tampoco corresponde a la realidad. El MNR sólo aportó el cambio del gentilicio “indio” por el de “campesino”.
Plantear el censo bajo la mira de instrumento de medición de la popularidad del Gobierno es desvirtuarlo en esencia, buscando un objetivo diametralmente opuesto a su finalidad técnica y estadística. Reproduce la obsesión del oficialismo de politizar cuanto acontecimiento sucede en el país o crearlo artificiosamente. La macro encuesta en ciernes no debe ser otra cosa que la identificación de las necesidades cuantitativas de la población nacional para atenderlas oportunamente y en la medida de las posibilidades.
Encarar al censo con el afán menguado de inducir a una forzada “indianización” del país mediante una boleta constreñida a la identificación con alguna de las 50 etnias o pueblos indígenas, muchos de reciente descubrimiento, es proyectar una imagen distorsionada de la realidad.
Bolivia no es una isla que navega solitaria. Está inmersa en un continente diverso y de fuerte connotación mestiza e indígena, objetividad que entre nosotros reclama la praxis de la equidad filosófica griega de “dar a cada cual o suyo”, superar el encierro del “yo” huraño y excluyente del “otro”, a fin de construir la necesaria conciliación del “nosotros”.
El autor es abogado y escritor.
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