Lo que no debemos callar
Lo primero que debo decir es que la corrupción es un tema delicado, que tiende a suscitar un esquema especial de reacciones. Primero puede haber evasivas, luego excusas y por último, con suerte, un análisis útil.
Cuando decimos “evasivas”, casi siempre se observa la misma respuesta: “Nada se puede hacer respecto a la corrupción”, dice alguien llanamente. “La corrupción está en todas partes del mundo y existió siempre durante toda la historia. Está en América, en Japón, no sólo aquí. Y si la gente de arriba es corrupta, si todo el sistema es corrupto, como aquí, no hay esperanza”.
Y las “excusas”, como reacción, siempre han prevalecido entre los científicos sociales. “El soborno es una forma de regalo compatible con las costumbres o la moralidad locales”, dice un antropólogo. Alguien con cierta inclinación a la economía percibe una semejanza entre un soborno y un precio de mercado cuando este mercado no está permitido. Un científico político afirma que en ambientes injustos los pagos ilícitos pueden ser el único medio de hacer que se conozca nuestros deseos; de este modo, la corrupción podría ser una importante vía de participación política.
Algunos científicos sociales aseveran que los sobornos no se los puede distinguir de las transacciones, ya que tratar de hacerlo es incorporar los supuestos normativos occidentales o propios. Un soborno, un honorario por un servicio, un regalo, analíticamente, se afirma, son la misma cosa. Por lo tanto – concuerdan todas estas opiniones – no deberíamos hablar demasiado de la corrupción, o si lo hacemos, no deberíamos condenarla. Existen muchas excusas para no abordar este problema.
La tercera opción que corresponde al análisis útil es más alentadora, porque una vez mencionado el tema y tomado seriamente, las mismas personas que lo evadían y ofrecían excusas por el fenómeno, demuestran ser capaces de analizar situaciones concretas y elaborar soluciones útiles.
Pero es importante señalar que la corrupción no se circunscribe solamente al hecho del soborno y la recepción de comisiones en toda transacción o actividad económica en la que se encuentra comprometido el Estado, sino que va más allá y es la decadencia moral de un país, la falta de dedicación al deber, la deshonestidad y todos esos vicios.
Los ejemplos en nuestro país abundan, e infelizmente no se traduce simplemente en lo que hubiera ocurrido en los gobiernos pasados, sino también en el actual Gobierno que antes de la toma del poder, basó su campaña electoral abrumadoramente exitosa en parte en promesas de luchar contra la corrupción, pero erró al no haber diseñado una estrategia valedera para ello.
Precisamente este error se lo está pagando caro, y ahí tenemos actos considerados corruptos en parte del Ejecutivo, como son los casos repetidos en YPFB, en Papelbol, en la justicia ordinaria, como también en la denominada justicia comunitaria, y ni qué decir en la propia Asamblea Legislativa o en el Órgano Electoral.
Ejemplos abundan, y precisamente cuando sostenemos que la corrupción no se la debe confundir simplemente con el cohecho y las comisiones, nos encontramos con conductas contrarias a la Constitución y las leyes, originadas en los propios gobernantes o en los gobernados. Nos explicamos: los gobernantes tienen un deber constitucional de respeto a las normas constitucionales y las leyes, pero en varios casos actúan en contra de dichas normas, y ahí tenemos el abuso de los cargos públicos, en forma individual o grupal, consiguientemente se reputa a aquellas conductas como corruptas. Cuando decimos los gobernantes nos referimos a quienes son parte de los cuatro órganos del Estado.
La conducta ilícita florece cuando los agentes tienen poder monopólico sobre los clientes, grandes facultades discrecionales, y débil responsabilidad ante el mandante.
(El ejercicio del poder corrompe y su sometimiento degrada).
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