Por: Elsa Dorado de Revilla
“Nació al Tercer Día de la creación, cuando las aguas se separaron de la tierra…
Co un paisaje inquietante por su misteriosa profundidad telúrica, está un vasto
territorio -cien mil kilómetros cuadrados- abrazados por los cordones
cordilleranos de los Andes, ofreciendo un espectáculo cuya visión recrea el
espíritu sobre sus azules aguas, y los aproxima a la celebración íntima del
acto de acción de gracias al Creador.
La llanura se abre ofreciendo un regalo a la imaginación, a la fantasía y a las
realidades. Fue al salir el sol luciendo galas de esplendor, al bañar en las
cristalinas aguas del Titicaca sus rayos de oro, cuando, según la leyenda,
aparecieron sobre la alta roca de los orígenes, los heraldos de la nueva luz,
áureos y resplandecientes Manco Kapac y Mama Ocllo, anunciándose como hijos del
astro rey en la isla Intikarka (hoy isla del Sol), con un mensaje de esfuerzo
en el trabajo, honradez en el comportamiento y veracidad en los actos humanos,
constituyen los cimientos de la fundación de su imperio, con una filosofía de
vida fundada en el “ama kella, ama llulla, ama sua”…
Visión y mensaje llevado primero al asentamiento humano de Kopakahuana desde donde se irradió a todo el territorio que luego constituiría el Imperio del Inca, dando
origen a una trascendental cultura social, política y económica asistida por
elementos científicos paralelos, que aún hoy constituyen la admiración de
estudiosos científicos y profanos.
Visión y mensaje transmitidos de generación en generación en todas las expresiones del quehacer humano que hoy constituyen la reliquia de Bolivia, patentes en
monumentos arquitectónicos, como el Kalasasaya de Tiwanaku, en cuyo centro
ceremonial orientado hacia el Este, anualmente miles de turistas acuden a
contemplar los primeros rayos del sol en el solsticio de Invierno y en el equinoccio de primavera; e igual espectáculo se repite en el equinoccio de otoño y en el solsticio de verano, respectivamente. La Puerta del Sol, es otro testigo de la grandiosidad del
pasado, construida en una sola pieza, como los monolitos, varios siglos antes
de Cristo.
Tamizando el contrastado paisaje, se halla el Lago Sagrado de los Incas -el Titicaca, voz que se traduce como “Roca del Puma o Piedra del Titi (gato)”-, que cubre una extensión de 8.000 kilómetros cuadrados, con una profundidad de 250 metros sobre el nivel del mar.
Hace aproximadamente 30.000 años, encontró en la cuenca lacustre espacio ideal
para asentarse. Alguien dijo que para la cultura andina, el Titicaca fue como
el Mediterráneo para los griegos y latinos.
Junto a una pequeña bahía del lago, se alza la población de Copacabana (voz
castellanizada) cuyo vocablo original era Kopakawana que quiere decir “lugar
desde donde se ven las piedras preciosas”, haciendo referencia a las islas del
Sol y la Luna consideradas por los incas como piedras preciosas, que situadas
en el centro del lago eran el escenario para la celebración de ritos paganos en
homenaje al sol, la luna, la naturaleza, el hombre y los animales. Testimonio
de ello, es la existencia de piezas líticas zoomorfas y antropomorfas que ornan
los monumentos en toda la zona lacustre.
Antes y durante el imperio, Copacabana era un pueblo de parada obligatoria de los
romeros que viajaban a las islas, pues debían cumplir ciertos ritos de purificación,
principalmente si se dirigían a la roca sagrada o del origen, ubicada en la
isla del Sol. El escritor George Squier en su obra “un viaje por tierras incas”
(1863/65) dice: “aquí está la roca desde donde el sol se elevó para disipar los
vapores primitivos e iluminar al mundo. Roca que en su origen estaba totalmente
enchapada en oro y plata”.
El origen de Copacabana se pierde en su remoto pasado. Sobre el particular, el escritor peruano Arturo
Peralta expresa que “resulta ser una síntesis de los imperios
andinos desde el punto de vista poblacional, erigiéndose en el más importante santuario nativo precolombino”.
En cuanto a su fundación, el historiador José María Camacho señala que “el noveno soberano de la dinastía inca, llamado Tupac Inga Yupanqui
ilustra el santuario del Intikarka atraído por la fama del lago, y manda a
construir un templo central en homenaje al sol y otros menores para el trueno,
el relámpago, la naturaleza, embelleciendo así la tierra de sus mayores. Para
la custodia de estas obras fundó la población de Kopakahuana”...
(Extraído de la edición EL DIARIO 5.VI.1983).
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