Este último libro de Mario Vargas Llosa, Premio Nóbel de Literatura, confirma su alta calidad literaria. Es una historia novelada del colonialismo salvaje e inhumano de la Europa de la “Belle Epoque”, más propiamente del Reino de Bélgica. De no ser el libro, sería tan desconocida para nosotros aquella oprobiosa y trágica dominación de un pueblo “civilizado” a otro tan salvajemente explotado como fue Nigeria en tiempos del auge de la goma, que hace decir al héroe de la novela, Roger Casement, “que no hay peor fiera sanguinaria que el ser humano”.
Vargas Llosa se suma a tantos premiados hispanoamericanos que confirman que el esplendor del idioma español se trasladó a estas tierras de indias, donde ya no son más los peninsulares ibéricos quienes acaparan el cetro literario, sino que están Octavio Paz, Miguel Angel Asturias, Gabriela Mistral, Pablo Neruda, Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa. Qué lamentable que no estén entre ellos nuestro colosal Franz Tamayo y esa eminencia que es Jorge Luis Borges.
El mérito de Vargas Llosa también enorgullece a los bolivianos que lo tuvimos en sus años juveniles, en la bucólica Cochabamba, que ya no es hoy la misma.
En “El sueño del celta”, Vargas Llosa nos descubre la espantosa vida de los nigerianos, que es narrada a través de ese extraño personaje que fue Roger Casement, idealista, sensible y humano, que nos relata sin exageraciones el suplicio al que eran sometidos los pobres nativos. El informe de esa explotación inhumana sacudió la Europa de su época, ya que mientras en sus fastuosas ciudades imperiales se vivía al son y torbellino de las ensoñaciones del bello baile, el vals, en las colonias se sufría martirios y crueldades que parecen inimaginables, pero que fueron la verdad lacerante de la explotación.
Luego el autor nos lleva a revivir igual explotación a la sombra del colonialismo inglés, con iguales abusos, esta vez contra los aborígenes de la selva amazónica, en la cuenca del Putumayu del Perú; para referir después las aventuras de Casement en las luchas por la independencia de su Irlanda natal. Es un libro apasionante que se lo lee hasta terminarlo y lo sorprendente del autor es cómo llegó a recolectar datos sobre tantos sucesos trágicos con esa fidelidad admirable y pasmosa, cuyo mérito, aparte de su valor literario, también está en la denuncia de tanta tragedia humana.
Pero quien creyera, en nuestro país se produjeron los mismos excesos, ya que con mucha anterioridad al Premio Nóbel, el escritor beniano Luciano Durán Boger fue el primero en denunciar la brutal explotación cauchera en “Las tierras de Enin”, libro donde se narra crueldades inenarrables de los matones de esa explotación, los crímenes de Rómulo Salvatierra, los salvajismos vividos en Cachuela Esperanza y La Loma, donde los Suárez acumularon libras esterlinas como producto de la explotación más salvaje e inhumana. Es una historia de horror con episodios y su valiente autor ahora ya olvidados.
Son libros que confirman la naturaleza cruel y perversa del ser humano que aún no ha superado nuestra época actual de espeluznante progreso. Bajo formas más sofisticadas subsisten la esclavitud, los crímenes comunes o políticos más hilvanados, donde campean la explotación de los fuertes a los débiles, los lastres de la demagogia de los que se encumbran en el poder, colocándonos tan lejos de la armonía y paz social. Acaso el mérito de los escritores es también mostrarnos en toda su monstruosidad esa realidad perversa.
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