Todo golpe militar siempre ha de ser malo, por ser el medio que con violencia y sorpresa, a través de una dictadura, fractura la democracia y el derecho constituido. De alguna manera el golpe militar de 1980 fue calificado como el más nefasto y execrable de la historia nacional, cuyos protagonistas fueron los eternos conspiradores contra la democracia y su propia institución, creciendo en grados y jerarquías durante todo el abominable periodo castrense y que hoy impunemente pasean orondos por las calles de la ciudad.
Pero el motivo principal del tema en cuestión es sobre el Gral. Luis García Meza y su declaración ante la prensa, negando rotundamente toda responsabilidad sobre los asesinatos y desaparecidos políticos durante su dictadura, inculpando a militares de su entorno, sin dejar de citar, al mismo tiempo, a Hugo Banzer y Víctor Paz Estenssoro como autores del golpe militar.
Estas declaraciones llenan de estupor y vergüenza, pues no se ajustan a la realidad del momento, dejando una larga estela de dudas sobre lo acontecido. Es inaceptable que comprometa a personas ya fallecidas, que nada tienen que ver con la ejecución del golpe. En réplica a estas declaraciones, su otrora ministro de Gobierno, Luis Arce G., niega tales afirmaciones, aclarando más bien que fue la embajada norteamericana la que presionó para el golpe, y que éste fue más bien planificado y elaborado por jefes de la Escuela de Estado Mayor, dirigido y asesorado por militares argentinos con seis meses de anticipación a la hora “D”, planes programáticos que con evidencia fueron loables y muy patrióticos.
Es posible que Banzer lejos de una influencia rígida, haya simplemente asesorado, y Paz Estenssoro se hubiera convertido en un expectante, fuera de ser resistido por los militares.
Todavía en esos momentos estaba vigente la famosa “doctrina de seguridad”, sin fuerza de decisión, ya que toda influencia y presiones, que en realidad existieron, quedaron sin efecto. Los verdaderos ejecutores del golpe fueron García Meza y todo su entorno, apoyados supuestamente por la institución armada.
Una vez posesionado como Presidente, se hizo irrebatible, adquiriendo todo el poder de mando sin algún intento de interferencia. Desde ese momento comienza su responsabilidad, aunque ahora dice que fue “cabeza de turco”, pero la pena judicial corresponde, por ser líder del golpe y cabeza de gobierno. Esa pena indudablemente debía ser compartida por todo su entorno envilecido. Haber tenido el mando del país lo hace único y directo responsable de todo lo sucedido en su gestión, como establece la disciplina militar, ya que todo superior es responsable de todo lo que pase en su unidad.
Además, todos los operativos de represión política los planificaba el Centro de Operaciones Conjuntas (COC), que por disciplina militar éstos tenían el visto bueno del Presidente. Querer culpar a muertos y a otros de estos delitos, después de tanto tiempo, es simplemente tratar de redimir culpas y soslayar su responsabilidad, además esos delitos debieron ser denunciados en su oportunidad. Esta actitud no condice con los valores del espíritu castrense, que parece una escabrosa novela “creadora” de imaginaciones difíciles de engullir.
Este golpe, como Caja de Pandora, descubrió a una institución totalmente desgastada y desacreditada, que se debatía en una esmirriada disciplina y una débil subordinación, descuidando casi la vocación castrense de sus miembros, unos disputando la presidencia y cargos políticos, otros enredados en lucha de ambiciones y angurrias de poder, donde sólo se imponían los más duchos y avezados. “Salvar a la Patria” fue el motivo y la “reconstrucción nacional” fue el objetivo de un supuesto y antojadizo “mandato” de las Fuerzas Armadas.
La corrupción en todo nivel y la complicidad con el narcotráfico fueron la gota que rebalsó el vaso, generando malestar y descontento en la mayoría de los militares. Así, oficiales de Roboré y Camiri iniciaron una frustrada asonada, luego Lucio Añez y Alberto Natusch Busch se levantaron en armas, aunque a la postre fracasaron, por una vil componenda con García Meza y su entorno, con traición a sus amigos y camaradas en armas. Al renunciar García Meza a favor de Torrelio, “la misma chola con otra pollera”, la dictadura continuó.
Por lo visto estos grandes errores no pasan desapercibidos, por el contrario y de otra manera se los repite con puntos y comas, tan típicos durante todo el periodo neoliberal. Suponemos que esta nota no provocará reacciones descabelladas de los autores del golpe citado.
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