En Estados Unidos hay un arma por cada ciudadano: 300 millones en total. Más que Yemen, segundo país en el mundo en número de armas por ciudadano. El arsenal doméstico crece constantemente, pero como la riqueza: cada vez más en menos manos. En 1973 había un arma en uno de cada dos hogares; ahora en uno de cada cinco. Épocas ha habido de mayor control y otras más laxas. Ahora estamos en una de estas, gracias a la acción del grupo de presión que se constituye alrededor de la Asociación Nacional del Rifle.
Todo da facilidades a los asesinos. Hay 78.000 vendedores, 26.000 tiendas y multitud de ferias donde se venden armas sin restricciones: Las Vegas Sands, de Sheldon Adelson, acoge una de las mayores. Hay controles, claro, pero escasos y débiles, a cargo de la Oficina para Alcohol, Tabaco, Armas y Explosivos, con sus 2.500 agentes, insuficiente para un mercado tan extenso. La revocación de una licencia, normalmente por venta a criminales, tarda 15 meses de promedio en hacerse efectiva. Solo el 20% de las tiendas se inspecciona anualmente. Según el Journal Sentinel, “las instituciones federales de control raramente revocan una licencia, y cuando lo hacen, los vendedores rápidamente eluden la suspensión mediante un amigo, un pariente o un conocido que obtiene una licencia nueva”. Este diario de Milwaukee ha localizado a 35 vendedores revocados que siguen trabajando en conexión con una clientela criminal.
El debate sobre un posible control a la venta de armas afecta también a la libertad de los Estados federados para legislar sin interferencia del Gobierno federal. Pero el mercado libre conviene sobre todo a los fabricantes, los vendedores y los asesinos. (Lluís Bassets, publicado en EL PAÍS)