Ana Isabel Ortíz
La seguridad alimentaria con soberanía sigue siendo un reto de difícil consecución. Sólo en el continente americano más del 9% de su población (aproximadamente 53 millones de personas) padece hambre crónica y son los sectores rurales los que presentan una mayor vulnerabilidad.
En Bolivia, si bien se abastece actualmente la demanda de productos alimenticios catalogados de primera necesidad (azúcar, carne, arroz, pan, papa, entre otros), garantizar de forma sostenible la accesibilidad a alimentos sanos, adecuados, nutritivos y en cantidad suficiente sigue siendo un desafío. Recordemos que hace un año, el desabastecimiento y alza de precios golpeaban la economía familiar con fuerza y provocaban una mayor importación de alimentos, destacando las compras de maíz.
Cuando se visualiza el valor y aporte del maíz en la alimentación de la población boliviana, se tiende solamente a reconocer su influencia en el precio y producción de la carne de aves y otros animales de granja. Se volvió común identificar al maíz como un “alimento de pollos”. Sin negar que el maíz tiene importancia en la alimentación animal, en una reciente investigación realizada por el Centro de Investigación y Promoción del Campesinado (CIPCA), se puede evidenciar que la variedad de maíces sigue siendo importante para el consumo humano; infinidad de platillos y bebidas a base de este cereal son elaborados de forma artesanal o industrial.
También se habría incrementado el consumo en mote, choclo, pipocas, api, y otros productos con mayor reconocimiento en los mercados nacionales y con alta demanda en el área urbana y rural. En el área urbana son requeridos como alimentos listos para el consumo, esto hace que muchas familias generen sus ingresos económicos diarios por la preparación y venta de dichos productos.
En el área rural, principalmente de los Valles y el Chaco, se estima un consumo per cápita de 50 kilos por año. Las formas de preparación y consumo se mantienen vigentes, y el rubro está ligado a sus rituales sagrados, leyendas, costumbres, en fin, es parte de su identidad cultural.
En este complejo “mundo de maíz” se encuentran más de un centenar de variedades denominadas tradicionales que pese a su rol en la alimentación humana y su alto potencial comercial, se encuentran eclipsadas por las estadísticas del maíz amarillo duro, usado con preferencia para la alimentación de animales. Preocupa que sean escasas las investigaciones sobre estas variedades nativas, especialmente en la preservación y recuperación de estos materiales; que su producción esté estancada y con riesgo de disminuir por la ampliación del monocultivo propio de la agricultura extensiva y el poco fomento a la agricultura familiar indígena-campesina, que trabaja y mantiene la diversidad de maíces.
También hay que advertir que en muchas comunidades rurales se está desplazando las semillas nativas por variedades mejoradas y que responden más -en muchos casos sólo- al mercado que a la alimentación. Una adecuada combinación y diversificación podría sentar bases más sólidas para la seguridad alimentaria.
La autora es Docente Investigadora de la Universidad Autónoma Gabriel René Moreno.
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