Desde el FARO
El 187 aniversario patrio confirma que Bolivia, pese a los déficits institucionales, sigue siendo una República. Esa es una buena noticia. Pese a la rimbombancia discursiva y la costosa renovación de la papelería oficial y de la nomenclatura institucional, el Estado Plurinacional de Bolivia no niega la idea de República. Por lo tanto es un error referirse al Estado en lugar de a la República que algunos sectores del MAS quisieron sepultar.
En este agosto y a pocos meses de cumplirse el septenio del “evismo”, los hechos se han encargado de diluir la pretensión fundacional de un nuevo Estado. Queda claro que, en casi 30 años de democracia y progresivas reformas participativas, desde el 2006 se consolida cada vez más la inclusión y empoderamiento de sectores antes excluidos. Pese a ello, en Bolivia el hiperpresidencialismo goza de buena salud y se anticipa una intensiva campaña presidencial, con miras al todavía lejano diciembre de 2014.
Pero si algo desdibuja los pesos y contrapesos propios del andamiaje republicano que persiste, es el carácter hegemónico que asumió el régimen al lograr el copamiento y el control de los órganos de Poder Estatal y del territorio a fin de garantizar su reproducción en el Poder. Ello se confirma a días de que el MAS proclamara al presidente Evo candidato a la Presidencia de la República, y se refleja en la tentación del Presidente por fungir de Alcalde Mayor al anunciar mega obras caracterizadas por la improvisación y una lógica electoral cortoplacista a fin de compensar el agotamiento del capital simbólico que marcó sus iniciales victorias.
Sin embargo, esta hegemonía invasiva no es sinónimo de la hegemonía entendida como idea de acompañamiento y de consenso de la sociedad en torno al proyecto masista de país. En otras palabras, el proceso constituyente no fue suficiente para sentar las bases de un pacto social y político para resolver la crisis de Estado, cuya conflictividad aguda no resulta creativa, especialmente en aquellos agujeros negros ausentes de gobernabilidad, de Estado, de respeto a la ley y a la vida. Uncía, Mallku Khota, Colquiri, e incluso el Chapare, son ejemplo de una anomia preocupante, que el mensaje presidencial ignoró olímpicamente.
Y es que entre la mitificación engañosa del pasado precolonial y la descripción de la crueldad de una historia colonial descontextualizada, el discurso presidencial no mencionó el aislamiento diplomático, la corrupción y las inseguridades jurídicas, sociales, energéticas, medioambientales y ciudadanas que nos acechan.
Este agosto, el evismo no perfila una “revolución democrática y cultural, sino aquella de la informalidad y del capitalismo menos virtuoso”. Gobiernan las cinco “C”, de cocaleros, colonizadores, campesinos, comerciantes y cooperativistas. Vivimos en el reino de las organizaciones sociales corporativizadas, siempre listas para movilizarse en defensa del proceso a cambio de doblegarlo con sus demandas particulares. Sólo ello explica la tolerancia gubernamental a la baja productividad, a la tecnología precaria y a las prácticas depredadoras de esas bases que obstaculizan el verdadero avance del país.
Deslumbrados por el espejismo de los altos precios y pese al estancamiento de la inversión y la producción, la bonanza persiste. Ello anestesia la capacidad crítica de la sociedad respecto al rumbo del país, la democracia y la dilución de los valores republicanos. En suma, el MAS confirma la lógica política de amigos y enemigos y un proyecto de poder está por encima de la idea de país. En este empeño no hay tiempo para sonrojarse y menos para la autocrítica.
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