Bolivia necesita encarar con energía la recuperación de sus valores nacionales. Desde hace muchos años la crisis social, económica y política está destruyendo la confianza de los bolivianos en su propia capacidad. La violencia del hambre, de la miseria que campea en las calles, con toda su secuela de corrupción, delincuencia, inmoralidad, narcotráfico está dañando al espíritu emprendedor y desalienta la iniciativa de los bolivianos.
No se puede llamar democracia a la anarquía, al torbellino de huelgas, marchas, bloqueos que se dan permanentemente y que perjudican las actividades de toda la población, por asaltos a la propiedad privada, manejo discrecional y dispendioso que se da en el proceso del llamado “cambio” en las empresas estratégicas, donde los ejecutivos tienen salarios desmedidos en comparación con los de la gran mayoría de trabajadores de otras empresas públicas y demás entidades.
No se acata la disposición de que nadie debe tener un salario superior al del Presidente, ahí están los sueldos en YPFB, ENTEL, COMIBOL, amén de viajes inmotivados con viáticos exagerados y una serie de prerrogativas. Se hace contratos y compras de bienes y servicios lesivos para el Estado, con sobreprecios de millones de dólares, en muchos casos. Todavía se tiene funcionarios de elevada jerarquía que fueron directos colaboradores de confianza de las transnacionales y continúan encubiertos por alguna o algunas autoridades del Gobierno.
Las actividades del contrabando, del narcotráfico desde hace muchos años nos azotan con su secuela de consecuencias, como son la corrupción y el enriquecimiento ilícito, que están dando lugar al surgimiento de una nueva clase social de mercaderes, insensible ante las penurias del pueblo.
Por otra parte, en el cotidiano quehacer es evidente que todos parecemos estar acorralados por problemas como la desocupación, asaltos, agresiones y crímenes a plena luz del día. La inseguridad ciudadana es de gravedad extrema, pese a los esfuerzos de la Policía para poner atajo a los despropósitos delictivos. No se puede negar que hay inmoralidad en órganos de Poder, sea Ejecutivo, Judicial, que en algunos niveles están comprometidos en corrupción, lo que nos muestra como un país sin principios, con autoritarismo, sin respetar las propias leyes y la Constitución Política del Estado, aprobadas por quienes gobiernan Bolivia.
Cuando los hombres han fallado, desvirtúan en los hechos, por inconducta, programas, postulados, plataformas y buenas intenciones, ante el concurso de imposturas, soberbia y despotismo. Queda sólo una opción política, la presencia de hombres que no estén comprometidos con el pasado también vergonzoso, nuevos líderes que tengan por norma de conducta honradez y competencia, muy especialmente en la empresas públicas donde actualmente es notoria la presencia de oportunistas sin predica, sin formación y que sólo están ansiosos de usufructo, para beneficio propio.
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