[Armando Mariaca]

No hay libertad sin verdad ni justicia


La libertad, conforme avanza o retrocede la humanidad, asume características muy grandes y profundas; cuando se trata de los avances del hombre en el devenir de los tiempos, se llega a la confirmación de que la obra de Dios es grande y misericordiosa al haber creado al ser humano con las facultades, sabiduría, virtudes y valores que se demuestran, con la práctica del bien. Pero, cuando se trata de referirse a los retrocesos, todo cambia y se llega a la conclusión de que si Dios determinó lo primero, también dejó que ese hombre, por el libre albedrío que le dio como Creador, tergiverse y adultere los bienes recibidos y los use en detrimento de sí mismo y vayan, en el día a día, en contra de la humanidad. Esta es, de alguna manera, la respuesta del libertinaje que, contrario al bien, protesta y menosprecia lo creado con amor infinito.

En la práctica diaria, el ser humano utiliza su libertad buscando casi siempre el provecho propio y, conforme a determinadas circunstancias o situaciones, lo hace en bien de los demás, de alguna forma, porque él es parte de ese bien, que no debería estar desterrado de la existencia del universo. Pero, habría una tercera posición que buscan los que quieren amalgamar el bien y el mal utilizando los mismos mandamientos del decálogo dispuesto por Dios y haciendo uso de las leyes que el ser humano se ha provisto para lograr convivencia entre todos. Esta forma de usar el bien y el mal sólo puede conducir a que, de una u otra manera, casi siempre triunfe el mal que no reconoce ni fronteras ni principios y atropella todo con tal de satisfacer sus ambiciones y la insanía de sus instintos; en cambio, el bien, regido por los diez mandamientos y haciendo conciencia de las leyes de que se proveyó en el lapso de muchas generaciones, busca que la ley y el orden, el bienestar general y la moral de bien común y servicio prevalezcan en su vida.

En la vida de los países, de los que viven consubstanciados con la constitución y las leyes, resulta fácil que el bien pueda imponerse siempre que quienes administran esos países o Estados lo hagan basados en lo que se supone es parte de sus programas y principios y que los catapultó al sitial que ostentan; por el contrario, quienes se han hecho de los poderes del Estado o sea los que actúan en conformidad con sus ambiciones y fines impulsados por sus intereses o de grupos o entornos, o quienes, aún siendo legales y constitucionales, querrían que todo funcione conforme a su mentalidad totalitaria o instintos que sólo buscan la satisfacción de conveniencias, egolatrías y deseos de dominio sobre los demás.

Así, la libertad es usada, amada, respetada y compartida hecha solidaridad, por quienes tienen conciencia de su importancia, de su sentido rector de la vida humana y, por otro lado, existe la esperanza de que su vigencia sea permanente y no sea manipulada por quienes la convierten en libertinaje conforme a intereses subalternos, cual es el caso de regímenes totalitarios y que no saben de valores ni principios porque ellos los hacen sinvalores y sólo fines para alcanzar objetivos perversos y contrarios al bien común.

La libertad, como principio de vida de los pueblos, sólo puede ser practicada, disfrutada y vivida siempre que se base en la verdad que es el reconocimiento de la buena fe, de la realidad y de todo lo que conviene al ser humano. La verdad es la manifestación de la buena fe, es la lejanía total del engaño que es dolo y lastima la mente y el honor de quien confía porque la verdad es reflejo de la limpidez de conciencia y la prueba del buen actuar, sentir y pensar. Por todo ello, la verdad está amalgamada con la libertad porque ésta representa a la justicia que es la limpidez de conciencia y la práctica de todo aquello que implica bien para un país, una nación, un pueblo y hasta una sola persona. Justicia que, para su práctica, y acatamiento tiene que llevar consigo la condición de ser caridad que tiene el fondo de respeto a los derechos de los demás abandonando posiciones sectarias y aquellas que buscan sólo la satisfacción del orgullo, la soberbia y todo lo que adultera la moral que se refleja en los principios y valores éticos hechos leyes y que aplica la justicia.

Verdad y justicia para los pueblos que son gobernados por regímenes legales en términos del goce de la libertad, no pueden ni deben ser manipuladas o sometidas al arbitrio de intereses creados. La libertad sin justicia y verdad deja de ser tal y, por ello, también se aleja de los principios democráticos que sientan las bases del bienestar de los pueblos. Gobiernos que tienen como premisa sólo la satisfacción de sus ambiciones son propensos a la dictadura, donde el totalitarismo utiliza los instintos haciendo abstracción de las leyes y negando los derechos humanos que deben regir constitucionalmente y que significan la vida civilizada de la humanidad.

Gobiernos que ostentan la condición de legales y democráticos no pueden ignorar ni dejar de practicar la libertad con la verdad y la justicia; en cambio, los regímenes totalitarios que detentan el poder lo hacen impunemente porque no saben ni de dignidad ni de amor por los pueblos a quienes se sojuzga con tintes totalitarios.

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Usurpado el 7 de octubre de 1970, por defender
la libertad y la justicia.
Reinició sus ediciones el primero de septiembre de 1971.

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