Jaime Richart
La economía oficial, es decir, la contable que al Estado interesa controlar, visible y transparente, es desastrosa. Pero la economía sumergida, que en España es el 25% del producto interior bruto, nos salva. La economía sumergida tiene varias lecturas. Ordinariamente no incluye ni el fraude ni la evasión fiscal de las fortunas, grandes y medias, sólo el pequeño fraude de no declarar al fisco puntuales actividades entre particulares. Pero la economía sumergida significa sobre todo que los ciudadanos no quieren al Estado, que no se fían del Estado. Es por tanto reflejo del repudio de la conciencia social generalizada a los abusos clamorosos de los patricios, de esa parte de la sociedad favorecida por el propio Estado, promovidos o consentidos de facto por el Estado. En definitiva rechazo al injusto reparto de la riqueza...
Empezamos porque los economistas, y concretamente los que han llevado al desastre a España, dicen que administrar el Estado no es lo mismo que administrar una familia; que sólo endeudándose un país puede progresar. Dudo que eso sea necesariamente así, lo mismo que dudo que sea necesariamente progreso el objetivo de la deuda y no un recurso de pésimos administradores de lo público. Hasta dudo de que lo que llaman progreso lo sea...
Pero lo que en cualquier caso sí es lo mismo, son los efectos del endeudamiento tanto del Estado como el de una familia cuando ni uno ni otro pueden pagar el empréstito bien porque parte de sus miembros, como una banda organizada, se han apropiado arteramente del dinero prestado, bien porque lo han dilapidado en fines improductivos, bien por ambos motivos a la vez.
La diferencia en esta similitud entre la llamada deuda soberana y la deuda de una familia a secas está en el resultado final: mientras la familia acaba en la calle o en la cárcel, el Estado y sus gestores obligan a los ciudadanos más desposeídos a costear el derroche y el expolio de los políticos y sus compinches que lo endeudaron. Los Estados prestamistas reclaman su préstamo, y los gobernantes del país, de este país, son los que legislan para que paguen justos por pecadores...
Pero dejando a un lado esta clamorosa injusticia que por sí sola justifica la sublevación, lo primero que hace una familia endeudada cuando apenas tiene recursos y antes de declararse su ruina es, prescindir de lo superfluo. ¿Y qué es lo superfluo?, lo que no es imprescindible. ¿Y qué no es imprescindible?, lo que no es necesario para vivir dignamente. Lo que pasa es que en estos tiempos vivir dignamente supone poseer en abundancia lo superfluo aun a costa de carecer de lo necesario.
Es más, en la modernidad, repleta de cosas que antes no existían y por lo tanto prescindibles, carecer de lo superfluo es una de las causas más frecuentes de depresión y de desgracia: los mismos síntomas de la adicción… ¿Qué cosas son hoy imprescindibles?, por ejemplo el móvil, Internet, la televisión, un coche aunque sea de tercera mano… El “techo” se soluciona compartiendo piso o habitación, quedándose de por vida en casa de los papás o haciéndose okupa.
Podremos saber de indigentes, de desnutridos o de obesos, enfermos del cuerpo o del espíritu, pero a duras penas conocemos a alguien que no disponga de todo lo prescindible y, además, de última generación.
Así es que en España sus dirigentes mienten. No hagamos caso. Aunque digan que estamos en crisis y nos hagan feroces recortes sociales, aunque se cuenten por muchos millones los desempleados, todo el mundo es oficialmente feliz. Pues basta la comida basura, no hay quien no tenga un móvil, no entre en Internet, no vea la televisión, no conduzca un coche de medio pelo y no se tome una caña a las doce. Gracias, pues, a la economía sumergida podemos entonar con entusiasmo, todos juntos, aquello que balbuceó cínicamente el más famoso necio de la historia: España va bien...
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