Xavier Albó
Hay fuertes contrastes entre el enfoque de los indígenas que viven en el TIPNIS desde antes y los llegados en épocas más recientes, sobre todo para cultivar la hoja de coca, venderla y quizás procesarla; aparte de algunas empresas madereras y otras.
Los trinitarios, yuracarés y chimanes si bien tienen sus propios y a veces graves problemas de sobrevivencia, se acercan más a una relación armoniosa con la Madre Tierra, que es un elemento clave del vivir bien.
Muchos cocaleros en sus lugares andinos de origen mantenían también una relación sagrada y ritos a la Pacha Mama, sobre todo porque allí es difícil hacer crecer algo y asegurar buenas cosechas. Pero en esas tierras tropicales donde todo crece de por sí, no hay tal dificultad; ya no parece que sientan la necesidad de mantener esos ritos y creencias con igual rigor; menos aún quienes ya se han lanzado de lleno a producir para el mercado, legal o no.
Por esas experiencias distintas, a éstos últimos les cuesta comprender y aceptar que los indígenas orientales, siendo tan pocos, ocupen tanto territorio que ellos desearían explotar de manera más intensa para sí o sus hijos chaqueando monte y expandiendo sus cultivos de coca. Muchos sienten que los originarios del lugar son “latifundistas” que subutilizan su propiedad. “¿Por qué ellos tienen tanto y nosotros tan poco? Es injusto”.
No entienden ni la distinta forma de vida ni la distinta relación de esos pueblos con la naturaleza. Tampoco quedan muy impresionados, a un nivel más global, por el rol clave que juegan hoy esos grandes bosques en el mantenimiento de buenas reservas de oxígeno puro y de agua, dentro de nuestro planeta enfermo. “Hay que sacrificar a la Pacha Mama por el desarrollo”, llegó a decir un prominente dirigente “intercultural”.
Por otra parte, para los habitantes originarios de la región, esos cocaleros, que se multiplican y siguen adentrándose hacia nuevas tierras, son ante todo una amenaza para su forma de vida y para su propia casa grande, la selva y sus ríos.
Todo empezó allí hacia 1970 con una modesta carretera hasta el río Moleto, pese ser entonces parte nuclear del Parque Nacional, que prohibía carreteras. De ella poco a poco se derivaron sus ramales –las llamadas “espinas de pescado”– a lo largo y ancho del hoy Polígono 7, al que ya no queda nada de parte nuclear del Parque.
Por eso, cuando en 1989 empezó a gestarse la I Marcha por el Territorio y la Dignidad (1990), precisamente con dos reuniones en la comunidad Santísima Trinidad, en pleno Polígono 7, éste fue allí uno de los principales motivos para emprenderla.
Pocos años después llegaron a un acuerdo, fijado por sus respectivos dirigentes Marcial Fabricano y Evo Morales para trazar una “línea roja” divisoria entre sus dos formas de vida. Fue un ejemplo notable de acuerdo intercultural. Más aún, en los primeros borradores de estatutos para el TIPNIS, se reconocía a los que allí vivían su forma distinta de vida y organización.
Pero año a año esa línea roja se va rebalsando y ensanchando. Y cuando en 2009 el propio Evo firmó el título definitivo de “territorio indígena”, el Polígono 7 ya quedó fuera de él, salvo la comunidad Santísima Trinidad, la única que allí mantiene su propiedad comunal colectiva asociada a la TIOC TIPNIS, como una isla rodeada de sindicatos parcelarios cocaleros.
¿Cabe otra lectura de la decisión inalterable del Gobierno de construir la carretera con una “consulta” pre-protocolizada y reiterable hasta que se convenzan?
Xavier Albó es antropólogo, lingüista y Jesuita.
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