Venezuela, Cuba, Nicaragua y Bolivia a finales de julio votaron en la Asamblea de Naciones Unidas contra una resolución de condena al régimen sirio del dictador Bashar Al Asad, quien hace 18 meses protagoniza una de las masacres más despiadadas contra su pueblo, en flagrante atentado contra los Derechos Humanos. Rafael Archondo, embajador boliviano en la ONU, justificó su voto afirmando que el verdadero propósito de la resolución era buscar el derrocamiento del Gobierno sirio y no evitar la matanza, habiendo recurrido a la muletilla de la “no intervención en asuntos de política interna”.
Ni Ecuador ni Argentina, que a veces acompañaban a los demás países del ALBA, en esta ocasión como en otras no lo hicieron. Es que no es fácil que los países se dejen arrastrar por actitudes descabelladas. Prácticamente el resto de Latinoamérica votó a favor de la censura a Siria, salvo alguna abstención.
Como es sabido China y Rusia, miembros del Consejo de Seguridad con derecho a veto, impidieron que la ONU intervenga para poner fin a uno de los genocidios más repudiables desde mediados del siglo pasado y en lo que va del presente. El voto negativo se guió por “rivalidades” entre las grandes potencias, según denunció el renunciante y decepcionado enviado especial de la ONU y la Liga Árabe, Kofi Annan, quien presidiendo una comisión de paz en Damasco, chocó con la férrea tenacidad de Bashar al Asad de mantenerse asentado en el poder sobre miles y miles de sus compatriotas asesinados por el Ejército de su mando.
De ese modo Bolivia se aleja de su tradicional adhesión a la corriente de países “no alineados” y por consiguiente equidistantes de los polos de discordia hegemónica de Estados Unidos y sus aliados, actualmente frente a Rusia y China Continental. Es decir de ser neutrales hemos pasado a un bando que disputa hegemonías, asumiendo una alineación ideológica internacional con todos los riesgos que ello implica, pese a que nuestra sincera modestia en la comunidad global no aconseja banderizarse.
Por otra parte el apoyo a un régimen genocida es un mentís rotundo a la “filosofía de la vida”, uno de los pilares del gobierno del “cambio” y frase socorrida del canciller Choquehuanca, quien ha tenido naturalmente que ver con el voto en Naciones Unidas. Este mentís a la decantada defensa de los Derechos Humanos, a su vez, registra no pocas reprobaciones en lo interno. Además de muchas muertes no esclarecidas, se suma la represión a los defensores del TIPNIS en Chaparina, la agresión a los mismos con lacrimógenos y chorros de agua en pleno invierno en los alrededores de la Plaza Murillo. Referente a la oposición, se cuenta exiliados o asilados en considerable número en el exterior, negación de salvoconductos, persecución judicial, epilogando las limitaciones a la libertad de prensa.
No obstante el veto ruso-chino, el fin de la dictadura en Siria se acerca a su fin y al igual que en Egipto y Libia demandará la vindicta pública, pero también secuelas de luto, hambre y destrucción que las potencias y la solidaridad internacional tendrán que mitigar. El tambaleante régimen acaba de confrontar la destrucción total con explosiones del canal de televisión oficial y la renuncia del Primer Ministro, Riad Hiyad. Empero, cifra su última tabla de salvación en el apoyo en armas y fuerza armada de Irán, aunque tal intervención puede descorrer el velo de una conflagración en el Oriente con insospechadas consecuencias a nivel mundial. Entretanto Bolivia figura ya en calidad de nación alineada.
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