Centavos obsequiados son el sustento de la vida de decenas de ciudadanos

• Ellos viven de la piedad de otros recorriendo las calles en busca de colaboración.


Estas personas colman diferentes calles transitadas de la urbe en busca de la colaboración de los ciudadanos buscando la forma de que puedan apiadarse de ellos y regalarles algunos centavos.

Con un gorro, capacho (bolso), abarca y las manos extendidas, el hombre de rostro cetrino curtido por el sol espera que alguien pueda deslizar hasta sus manos una moneda de solidaridad. La mayoría pasa de largo, otros miran de reojo y continúan su camino, muy pocos se detienen y le entregan una moneda de 20 centavos, los más dadivosos hurgan los bolsillos para entregar un billete de 10 ó 20 bolivianos.

Las pasarelas, plazas, gradas y restaurantes son lugares estratégicos elegidos por los indigentes, quienes dependen de la limosna para llevar el pan del día a casa. El trabajo diario se inicia a las 8.00, cuando no antes, y se extiende hasta las 17.00, porque las primeras sombras les anuncian que llega el final de jornada y el periodo de recuento; generalmente no recaudan más de 30 ó 40 bolivianos.

“Me siento aquí en la pasarela porque es una forma de llamar la atención”, señala Andrea Huanca Gonzales de 80 años de edad quien llegó desde Llallagua (Potosí) hasta La Paz con la esperanza de buscar días mejores. Ella se asienta cada jueves y domingo en la pasarela que conecta la Autopista con la Feria 16 de Julio donde decenas de personas ascienden para ir de compras o descienden para retornar a sus hogares.

Gran parte de estas personas dedicadas a mendigar el apoyo de la población provienen de áreas rurales ya que en su lugar de origen existe mayor pobreza, en otros casos sus tierras son estériles por lo que no pueden subsistir solos, en el caso de las mujeres muchas no son aceptadas con sus hijos en las distintas fuentes laborales por lo que no tienen otra opción que pedir algunos centavos en la calle.

“Soy de Potosí, vine a trabajar pero con hijos no me reciben. Tengo un terreno en el campo pero la tierra es seca y no produce nada, por eso vengo a La Paz porque en mi tierra la gente es más pobre”, cuenta Juana Quispe mientras alimenta a su bebé de tres meses y tiene al lado a su hijo de tres años que duerme recostado en el suelo. El sol es candente y la brisa abrumadora pero no tiene otro cobijo que las cadenas de la pasarela en su espalda.

La mayor parte de los indigentes son personas de edad avanzada, las fuerzas ya no les dan para trabajar y algunos pasan por enfermedades que incluso atentan contra su vida.

“Mi mano me duele, está rota. Antes yo vendía dulces diciendo ‘wawitay alasitay’ (cómprame niñita, señorita), ahora las fuerzas ya no me alcanzan. Para que voy a mentir, Dios me puede castigar. Tengo mis hijos, igual son gente pobre, tienen sus esposas, pero yo no puedo ir a pedirles a ellos”, expone entre susurros Gregoria, otro de esos personajes que invade el puente peatonal cada jueves y domingo buscando la forma de ganarse la vida.

A unos metros de distancia en la misma pasarela, un adulto mayor de unos 85 años de edad pide la ayuda de los alteños, con su aspecto humilde llama la atención de quienes pasan a su alrededor, pero lo que desconsuela a los visitantes es su mirada ya que sus ojos fueron lastimados por el viento de la tarde en cada día de su ardua labor tras estos largos años. No puede comunicar nada con palabras, es sordo y la vista le falla, sólo repite “Ari”, que en quechua significa “si”.

El cuenta que los ciudadanos de a pie descienden hacia la autopista pasando junto a él y algunas personas de buen corazón les entregan bolsas pequeñas de leche, unas monedas y escasamente alguno entrega un billete.

“Dios dice en su palabra que hay que dar al que no tiene”, expresa una transeúnte indignada al ver este tipo de cuadros sociales.

Por su parte, el escritor José Antonio Gil señala que la falta de educación en las áreas rurales es la causante de que la gente migre del área rural a la ciudad buscando mejores condiciones de vida.

“Si nosotros tuviéramos educación en todo lo que son los pueblos de Bolivia y cumpliéramos las normas que nos fijamos, habría más gente que se quede en sus lugares de origen. Ya no vendrían a las ciudades a mendigar. Creo que hay que crear trabajos o buenas carreteras en los lugares de origen para que no se sienta nadie obligado a venir a las ciudades a formar cordones de pobreza, al final no se viven mejor o peor que quedándose en sus comunidades”, expresa el literato.

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