Cuentan añejas crónicas, que cierta mañana primaveral, el rey de España Carlos V, se levantó muy temprano y se puso a mirar por la ventana el cielo, parecía que el día sería espléndido, y decidió salir de caza en la Castilla la Vieja. Mientras perseguía un hermoso venado, repentinamente, el cielo empezó a nublarse y cayó al poco una torrencial lluvia. El rey dejó de perseguir al codiciado cérvido y buscó refugio en una caverna. Casualmente había entrado en una cueva de bandidos. Los malhechores, sin reconocerlo, haciendo que habían soñado con un gran asalto, fueron despojando de todas sus pertenencias al Emperador. Cuando el último estaba a punto de apoderarse de un silbato de plata, Carlos V le quiso primero enseñar cómo se servía de él... y dio tres silbidos prolongados y tres cortos.
Mientras los bandidos celebraban contentos, el sueño hecho realidad, la guardia real que había escuchado el llamado del Rey, llegó a la caverna tomando presos a todos los bandidos. Entonces, el Rey mirándoles fijamente, les dijo: “Yo soñé que hoy ustedes eran ahorcados”.
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