Víctor Martínez González
“La dependencia emocional tiene como principal síntoma la falta de autoestima” afirma la psicóloga española Olga Castanyer. Sostiene que la sociedad actual promueve una serie de complejos que invalidan al individuo y le impiden desarrollarse como persona autómata. El miedo a la independencia, a la libertad, al qué dirán, a poner límites y a decir que no inducen a la pérdida de la identidad de la persona. Esto provoca un déficit de autoestima que incapacita al individuo a la hora de tomar decisiones propias. Para sentirse bien busca la aprobación de otra persona adoptando una actitud de sumisión que conduce a relaciones de dependencia emocional.
La persona con baja autoestima no se sabe digna de ser querida y valorada. Necesita de alguien que le dé esa valoración y pasa a depender emocionalmente de los demás. Las causas de esa falta de autoestima se las suele encontrar en la infancia y en la educación recibida. Si a una persona le han hecho crecer y se ha desarrollado con la sensación de que se le quiere de una forma condicionada a una serie de objetivos como pueden ser el obtener buenas notas o el portarse bien, necesitará en un futuro el beneplácito de su entorno para confiar en sí misma.
Desde la infancia, muchos padres tienden a sobreproteger a sus hijos impidiéndoles desarrollar una conducta independiente pasada la adolescencia. Los niños creen que no son dignos de confianza y siguen dependiendo de su entorno. Si gente de su círculo se droga, por ejemplo, el miedo a no ser aceptado provocará que el adolescente también lo haga. Más adelante esta persona pasará a depender de su pareja y mantendrá una relación tóxica.
También existen los casos de madres y padres castrantes. “Este tipo de dependencia se da en numerosos casos de padres que presentan un déficit afectivo y utilizan a sus hijos para cubrirlo. Entonces, dependen de que sus hijos sean maravillosos y estupendos, o de que los puedan exhibir, para poder sentirse realizados”, explica la psicóloga.
Esta dependencia afectiva genera a su vez una dependencia emocional en el futuro hacia los hijos, ya mayores. Es el caso del hombre de 40 años que vive con su madre y que no puede independizarse porque ésta no le deja irse. Le hace sentirse culpable con amenazas de que ella se quedará sola si él se va. Existen casos de hijos de 60 años o más que dependen de su madre que tiene 90 años y padece alzhéimer.
La persona que presenta una dependencia emocional puede detectarla si presta atención a sus conductas y sentimientos. El sujeto experimenta una sensación de vacío, de no ser él mismo. Cuando hace algo que no quiere, siente que se falta al respeto a sí mismo y algo se agita en su interior.
El sentimiento de culpa está presente y se convierte en un instrumento para hacer dependiente a la persona. Con chantaje emocional y la culpabilización de la persona se puede “tener a alguien agarrado toda la vida”.
La culpa incapacita al individuo para superar una situación difícil de forma sana y provoca un bloqueo que le impide sentirse bien. La persona con esos sentimientos puede verse a sí misma desde fuera y analizar sus emociones y decisiones desde una perspectiva al margen de la culpa.
La falta de asertividad también juega un papel importante en la dependencia emocional. No basta con decir que no. Hace falta además tener autoestima para poder decirlo sin sentirse culpable.
Muchos jóvenes desarrollan una dependencia del grupo, que tiene que ver con la imagen, con encajar y no desentonar para poder estar en armonía con la sociedad. Este tipo de dependencia aparece cada vez más temprano.
Los límites entre la dependencia emocional y una dependencia sana se los establece en función de las necesidades de la persona. Todos tenemos la necesidad de sentirnos queridos o de pertenecer a un grupo. Son rasgos muy humanos. El problema aparece cuando la persona cruza el límite de dejar de ser uno mismo con tal de “ser querido” y “aceptado”.
Nuestra sociedad fomenta la dependencia emocional para “no desentonar” y fijar con más facilidad pautas de comportamiento y de consumo. Es más fácil controlar a personas con baja autoestima y que no toman decisiones que a personas que sepan hacia dónde van.
El autor es periodista.
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