Somos un país pobre y subdesarrollado que sufre, además de crisis de diversos tipos por ausencia de inversiones, por las tentaciones para una economía socialista que impide todo sistema para agrandar la economía y porque no se permite que hayan garantías para un normal desenvolvimiento de la actividad privada, especialmente porque se cerraron muchas fuentes de producción y se vive, a niveles gubernamentales, las fantasías de creer que la economía de Estado será la “liberadora económica” cuando se tiene conciencia de que ese sistema fracasó totalmente en todo el mundo.
Podemos producir mucho tan sólo permitiendo la reinstalación y hasta modernización de industrias instaladas y que fueron cerradas o algunas que producen sólo un mínimo porcentaje de su capacidad. Nuevas inversiones darían lugar a la instalación de fuentes de riqueza y expansión de la economía y empleo; se daría lugar a que el capital privado actúe con las libertades y garantías necesarias con perspectivas de ampliar producción y contratación de personal; nuestros mercados de consumo se verían abarrotados con lo nacional y se cerrarían conductos perjudiciales para la fuga de divisas.
Las importaciones que el país hace en los últimos años van en contra de lo propio, de lo que podemos y debemos producir; son competitivas en todo sentido y anuladoras de toda iniciativa porque cuentan con los apoyos y preferencias de las autoridades y, lo más grave, son combatidas por el contrabando – caso de textiles, confección de ropa, debido uso de cueros, lanas y otros productos que sirven al contrabando de salida por nuestras fronteras y que benefician a economías foráneas – .
El país, con una economía globalizada, olvidando las viejas tácticas del comunismo de una economía de Estado e imposición de condiciones socialistas de extrema izquierda, podría reconquistar mercados perdidos e integrarse a la economía capitalista - aunque hoy vigente inclusive como práctica del gobierno nacional - porque no hay otras perspectivas, especialmente mientras no se tenga en cuenta que el mundo pobre y subdesarrollado, del que es parte la mayoría de las naciones del mundo, no ocupe la atención e inversiones de los países ricos no sólo invirtiendo capitales financieros y tecnológicos sino capitales humanos que contribuyan a mejorar las condiciones de educación de nuestros pueblos.
Es preciso entender que las importaciones de productos y servicios que tenemos en el país no sean sustituidos por lo foráneo; comprender que lo consumido o usado del exterior anula las capacidades creativas e inventivas de nuestra población, cuya juventud se ve obligada a emigrar al extranjero en pos de mejores condiciones de trabajo, perfeccionamiento profesional y niveles aceptables de existencia para sí y sus familiares. El promover el trabajo y la producción propios es evitar la dependencia, salir de la pobreza, mejorar la capacidad intelectual y productiva de la población, ahorrar divisas, promocionar el ahorro y la inversión, crear fuentes de trabajo, mejorar la percepción de impuestos por parte del Estado e ingresar en una economía de un desarrollo armónico y sostenido. Dejar de importar lo que producimos sería, finalmente, una forma de liberar a quienes viven sólo de esperanzas aunque tienen voluntad y capacidad para superar lo que agranda raíces de pobreza y dependencia.
Es importante que el gobierno, pese a los optimismos que mantiene en relación con las “ventajas” económicas del país, examine sus políticas relacionadas con crear riqueza que, en poco tiempo, resulten generadoras de empleo y, lo más importante, sean elementos propiciadores de un desarrollo armónico que se precisa con tanta urgencia, especialmente si buscamos (lo que debería ser prioritario) recuperar algo del tiempo perdido y parangonarnos con lo realizado por países vecinos – caso Chile, Perú y Paraguay – que han conseguido vencer situaciones graves de su economía y, además, creado perspectivas para un crecimiento imparable porque han captado no sólo la confianza interna sino la foránea que hoy hacen buenos, productivos e interesantes negocios con ellos.
No podemos seguir con criterios fantasiosos de imponer doctrinas socialistas extremas para superar “al imperio” o, siquiera, a las naciones que han vencido su pobreza. La verdad es que estamos lejos, muy lejos de ser como Suiza o cualquier país europeo o asiático. Que contamos con interesantes reservas internacionales, es evidente, pero ello mismo es debido a que los precios del petróleo, gas, minerales y materias primas que precisan los mercados mundiales han tenido crecimientos desmedidos, nunca dados en la historia. Ninguno de nuestros éxitos para las reservas puede ser calificado como mérito gubernamental, puesto que no producimos ni creamos riqueza.
Importar legal e ilegalmente vía contrabando, no es sano para la salud económica nacional; es contraproducente en todo sentido y da lugar a pensar que, de seguir por el mismo camino, llegaremos a la situación de indefensión de nuestra economía y situaciones de mayor pobreza y subdesarrollo.
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