El encargo a China para la construcción de un satélite quedó, por buen tiempo, congelado y casi en el olvido; pero últimamente se lo trajo a colación con el anuncio de que su preparación está en curso y que, además, su instalación y posterior funcionamiento implicará gastos millonarios para el país. Efectivamente, para empezar se anuncia un monto superior a los 16 millones de dólares tan sólo para la instalación; luego, el entrenamiento y estudios de personal encargado de su manejo y mantenimiento, al margen de equipos y repuestos que serán requeridos permanentemente.
¿Qué busca el Gobierno con estos gastos dispendiosos que sólo complican la vida del país, lo empobrecen más y no le proporcionan beneficio? ¿Es que tan sólo por figuración debemos contar con un instrumento que no siempre tienen inclusive los países ricos y desarrollados? ¿Cuándo nos convenceremos de nuestra condición de pobreza y subdesarrollo? Los beneficios que el satélite aporte al país son mínimos y podríamos tenerlos con ventaja -como lo tiene la comunidad internacional- pagando cuotas mensuales que, en todo caso, serían infinitamente menores a los que habrá que cumplir por tenerlo en órbita (si es que se lo tiene algún tiempo y no resulta una nueva chatarra que deambule por el espacio).
Nuestra pobreza y dependencia son muy grandes y el hecho de contar con reservas internacionales importantes no nos convierte en país rico y no dependiente; por el contrario, nos muestra, tan sólo leyendo estadísticas internacionales, como uno de los últimos países del mundo y en condiciones de pobreza no sólo de un Tercer Mundo sino de un Cuarto o sea a nivel de los más pobres. A toda esta realidad añadimos gastos en aviones de lujo, helicópteros, aviones para las Fuerzas Armadas, e ingresamos en un pozo sin fondo donde se gasta fortunas sin licitación alguna y sin tomar en cuenta disposiciones legales que establecen determinados controles porque hay la ocurrencia de gastar dinero a manos llenas, como si se tratara de fortunas personales, aunque hasta en casos extremos tienen controles prudentes del entorno familiar.
Nuestra dependencia se hace más crucial conforme pasa el tiempo y no se vislumbra posibilidades de inversiones importantes porque no hay leyes que fortalezcan o ganen la confianza de posibles inversionistas; las políticas de nacionalizaciones alejan más a los que querrían trabajar en el país creando riqueza que genere empleo; nuestras fuentes de producción están casi agotadas porque no hay inversiones ni en exploración ni explotación; nuestras reservas de gas y petróleo aún no están cuantificadas del todo y las posibilidades de explotación de la minería se alejan más por la permisividad de avasallamientos que se producen y dan lugar a la desconfianza y temores de propietarios y de quienes podrían desarrollar nuestra minería.
Renegociar las tratativas sobre el satélite no debe ser difícil pese a que no hay postores seguros para un instrumento casi innecesario y reemplazable con los que son explotados comercialmente con costos muy bajos. Gastar por simple ostentación no conviene al país y tampoco es muestra de sana política de inversiones. Sería importante que el caso sea analizado con el mayor cuidado y responsabilidad antes de que sea consumado totalmente y nos veamos con una nueva carga como juguete que sirva para satisfacer caprichos momentáneos.
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