El fracaso de la era del “mokochinchi”

La original declaración del canciller David Choquehuanca en sentido de que el próximo 21 de diciembre empezará la brillante era histórica del “socialismo” con la desaparición de la Coca Cola y la aparición del “mokochinchi”, no ha dejado de provocar, por un lado, opiniones favorables, mientras, por otro, ha causado sonrisas, carcajadas y burlas de quienes han podido captar sus alcances.

Al mismo tiempo, ese servidor público agregó que no sólo desaparecerá esa gaseosa universal, sino que también “será el final del egoísmo, del individualismo, de la división y el fin del capitalismo y el comienzo del comunitarismo (léase socialismo), de la solidaridad y de la complementariedad, el fin del no-tiempo” y otros profundos conceptos filosóficos.

Esa declaración, tan original como la de la papalisa, la reproducción sexual de las piedras, la lectura en las arrugas de los ancianos, el uso por los niños de la coca en sustitución de la leche y otras de antología, puede ser novedosa desde el punto de vista humorístico o desde el ángulo político, pero resulta que no lo es tanto desde el punto de vista económico.

En efecto, al quedar el refresco de la “kisa” de durazno seco en sustitución de la Coca Cola, se producirá un fenómeno absolutamente contrario a la economía de la población y en especial de los sectores populares de reducidos ingresos. Eso se deberá a que el precio del “mokochinchi” resultará más caro, menos alimenticio e higiénico, y de más difícil alcance para los consumidores, por citar sólo algunas de sus desventajas.

Lo más notable será que quienes consumen refrescos relativamente baratos, como las diversas clases de gaseosas embotelladas, tendrán que consumir el “mokichinchi” que resulta mucho más costoso que el famoso producto que inclusive fue aceptado en la dieta por los comunistas chinos y se consume en Rusia y sus satélites desde antes del derrumbe del comunismo.

En efecto, el durazno seco para elaborar el refresco mestizo es caro, pues no tiene origen en el país, debido a que los lugares donde se producía esa fruta (Luribay, Caracato, Cochabamba, Vallegrande, etc.), han dejado de hacerlo. Es más, el durazno seco ahora proviene de Perú, Chile y Argentina y, por tanto, su precio es más alto que el que tenía en Bolivia en otros tiempos.

Por otra parte, la elaboración del “mokochinchi” no se realiza en condiciones higiénicas que aseguren la salud de los consumidores, aparte de que se lo vende en las calles, en sitios expuestos a la contaminación, en vasos mal lavados y otros factores en contra. Pero lo más significativo es que este refresco será (como ya lo es) más caro que los embotellados y sólo beneficiará a los contrabandistas que traen la “kisa” desde países vecinos y a los productores extranjeros.

Es más, si la situación sigue así, se terminará de eliminar lo último que queda de la producción de durazno nacional y, finalmente, ingresando a grandes pasos a la brillante era “socialista” solamente tendremos que consumir agua, la cual también se está acabando. De ahí que la filosofía de nuestro augusto Canciller no sólo ha producido asombro sino también preocupación, pues podrá afectar el bolsillo y la salud de la población y otros problemas, a no ser que en eso consista el advenimiento del “socialismo”, cuyo rotundo fracaso confirmó la práctica en todo el mundo.