Víctor Hugo Rodríguez Tórrez
Engarzada con imborrables logros individuales por exponentes del atletismo universal, así como los palmares alcanzados por las potencias deportivas en los Juegos Olímpicos que apasionaron a gran parte de la humanidad, la juventud intercontinental, felizmente incontaminada por los males contemporáneos, reverdeció los valores morales entre hombres y mujeres, quienes, al conjuro de la experiencia londinense, aun depararán gratos acontecimientos globales.
No convenció el cuadro de posiciones por la exigua performance de América Latina. Los guarismos finales hablan de minúscula obtención de las medallas -de oro por encima de todo-, claro está, exceptuando a las figuras que individualmente se posicionaron con brillantez vencedora. Otros se plantearon prometedores para la articulación de músculo e inteligencia.
Las difíciles competiciones exigieron estricto rendimiento dado el carácter olímpico de las diferentes pruebas. Sin ánimo de comparar (sólo se compara las equivalencias, no las desproporciones), por ejemplo, mientras el nadador estadounidense Michael Phelps acumuló 22 preseas de oro, el total de oro alcanzado en Londres entre 8 países latinoamericanos (Cuba 5, Brasil 3, Colombia 1, México 1, Argentina 1, República Dominicana 1, Venezuela 1, Puerto Rico 1 = 14), trasuntó una suerte de rezago por decir lo menos, respecto a las disciplinas deportivas al parecer venidas a menos desde el Río Bravo del Norte o Grande hasta el Cabo de Hornos y que, por lo visto en la ecuménesis olímpica, son inexpresivas en significación ante los gigantes. (En las grandes decisiones del poder, la política y la economía mundial, América Latina, que “está de moda”, no aparece, no sabe, no responde, no existe).
No es intención devaluar las apetecibles medallas de plata y bronce. No obstante los sacrificios de cada competidor, nuestros países aún están ausentes en el mundo del oro deportivo. El caso boliviano es todavía más desilusionante. Con menguada delegación deportiva sus estoicos representantes desarrollaron un digno y abnegado papel, contrariamente a los cuestionados y díscolos dirigentes.
En el balance, no sólo el Estado está impelido a remediar los traspiés de organización y administración no atribuibles a los deportistas, porque nuevamente, en realidad enésima vez, Bolivia, cuya representación con mínima cuantía fue aplaudida con simpatía en la city del Támesis, continúa como modesto proyecto en el planisferio olímpico mundial. Cada quien hizo muy bien lo que pudo en su especialidad y en función de sus alcances humanos al tope.
Ciertos ámbitos de la sociedad emergente que “faulean” y politizan todo, no tienen derecho a abandonar a su suerte a la oxigenación moral que vierte el deportista boliviano noble, con mente, cuerpo y espíritu sanos.
El nuevo Estado se precia de poseer medalla de oro en economía acomodada y envidiable patrón financiero, incluso para aquel dispendio que irrita a la población. Habla de prolífica captación de ganancias, aunque su tendencia es suprimir por decreto al “capitalismo imperialista”. Desde el poder y también con la indiferencia privada -quién lo diría- el atleta boliviano no cuenta con la adecuada provisión de los costos que entraña su preparación. La juventud baila, bebe y se folcloriza como ocurre a lo largo de cada año. En lo remarcable, generalmente él y la deportista brotan desde los estratos humildes. Con precarias posibilidades técnicas, auto formándose, sobreponiéndose a la apatía del medio social, venciendo flaquezas y en la didáctica de hacer bien las cosas, participan con nervio, fibra y energía en las competencias internacionales, todavía con entendibles insuficiencias recordistas.
El fútbol por su carácter empresarial y que alimenta a quienes sin practicarlo viven de él, es lisonjeado con pleitesías sobredimensionadas porque -se asegura- “rinde” más. En lo injusto, la prensa deportiva analizó, examinó y rasgó sus vestiduras por la debacle brasileña, pero no exaltó la hazaña olímpica del balompié mexicano que ya quisiéramos poseer.
Tras Londres 2012, el olimpismo debe rehacerse en América Latina. En Bolivia tendrá que forjar su solvencia para Río 2016.
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