Decía Charles de Gaulle que el Brasil no es un país serio.
Gracias a los políticos y su inmensa burocracia y a una mafia del narcotráfico que prácticamente domina las principales ciudades de ese país. Y lo grave es que los que no pueden resolver el problema de la lucha contra el narcotráfico en el Brasil, están al presente encargados de combatir al de Bolivia.
Actualmente un chofer del Senado gana más que un Oficial de la Marina para dirigir una fragata. Un ascensorista de la Cámara Federal gana más que un Oficial de la Fuerza Aérea que pilotea un Mirage. Un director del garaje del Senado gana más que un Oficial General del Ejército que comanda una región militar o una importante fracción del Ejército. Un director sin directoria en el Senado, cuyos títulos sólo son para justificar un sueldo, gana más que un profesor universitario federal que ingresó con concurso de méritos con maestría, doctorado y de prestigio internacional.
Un asesor de tercer nivel de un diputado o un mensajero que distribuye la correspondencia gana más que un científico investigador de la Fundación Instituto Oswaldo Cruz, con muchos años de experiencia, que pasa su vida buscando vacunas para salvar vidas. Un médico de una especie de Caja Nacional cobra lo mismo por una cirugía cardiaca que un encargado de limpieza de un departamento de dos dormitorios por día.
Marcola, jefe de la banda carcelaria de San Pablo del Primer Comando de la Capital (PCC), decía el 2011 al periódico O Globo: “Antes yo era un pobre e invisible, cuando los gobiernos podían haber resuelto el problema de la miseria. No lo hicieron.
Ahora somos ricos con la multinacional de la droga. Somos una empresa moderna y rica. La manía del humanismo de la gente que nos tiene miedo y vive en un estado quebrado, dominado por incompetentes, lentos y burocráticos, no podrá combatirnos. No tememos a la muerte. ¿La Policía?, ¿el Ejército?, ¿lucharán contra el PCC? Disponemos hasta de misiles anti-tanque. Somos crueles, sin piedad y la población de las villas miserias nos ayuda, sea por miedo o amor”.
“Incluso, afirma Marcola, soy culto porque leí 3.000 libros. Pero mis soldados son extrañas anomalías del desarrollo torcido de este país. No hay más proletarios, o infelices, o explotados, sino los que crecen en el más absoluto analfabetismo, diplomándose en las cárceles. ¿Vieron el tamaño de las 560 villas miseria de Río? ¿Ya anduvieron en helicóptero por sobre la periferia de San Pablo? ¿Solución? Sólo con muchos millones de dólares gastados por un gobierno de alto nivel, con inmensa voluntad política, crecimiento económico, revolución en la educación, urbanización general y todo tendría que ser bajo la batuta casi de una “tiranía esclarecida” que saltase por sobre la parálisis burocrática secular, que pasase por encima del Legislativo cómplice”.
¿O será que gracias a todo ese su infierno, el Brasil se convertirá en potencia y combatirá al narcotráfico en Bolivia?
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