El nuevo profesor de inglés impostaba la voz para que lo escucháramos mejor. Estaba convencido de que este idioma se aprendía a fuerza de repeticiones y por ello construyó una serie de diálogos para que conversemos en parejas.
Cuando le dije a mi padre que mi nuevo profesor de inglés se llamaba Paco Palazuelos, me miró asombrado y me dijo: “cómo puede enseñar inglés un gran jugador de fútbol”.
Entre lo que me contó mi padre y mis vivencia puedo reconstruir la estampa de este notable personaje. A juicio de mi progenitor era más técnico que Víctor Agustín Ugarte, tenía más galanura, jugaba para divertirse, pero había nacido en una familia acomodada, de manera que nunca se esforzó más de lo que las circunstancias lo exigían.
Los padres de Don Paco eran dueños del Olimpic de San Pedro, majestuoso escenario de adobe, donde se realizaron memorables corridas de toros, algunos partidos de fútbol y no pocos combates memorables de boxeo; de manera que tras salir del aula, el profesor de inglés nos podía robar el recreo contándonos uno de los tantos capítulos que se verificó en su gran casa.
“Era un moreno terrible, con una mano podía tomar una pelota de básquet como si fuera una mandarina”, decía en su relato acompañado de los gestos precisos, de manera que nuestra imaginación se pintaba de los mejores cuadros.
En otra ocasión y, a fuerza de tanta insistencia, tomó el balón y mientras hacía técnicas nos iba hablando en inglés y luego hacía la correspondiente traducción. Podía pasarse todo el recreo haciendo técnicas, pero no quería hacer malabarismos frente a sus alumnos.
“Muy fino en el toque de balón, junto a Freddy Valda podían barrer a cualquier defensa. Tenía una cintura envidiable para el quiebre y cuando colocaba el balón lo hacía con la precisión de un relojero”, me contó mi padre, a quien le pido disculpas desde este mundo por no retratar tal como él lo hacía para contar la calidad de Don Paco.
Cuando hace un par de semanas dialogaba con amigos de colegio me contaron que Don Paco se fue sin decir hasta siempre. La parca le había fijado el final de la agenda, de manera que no hubo tiempo para decir adiós a un eximio del fútbol, un gran contador de historias, un amigo más que profesor y un hombre de tan buen roble que es difícil encontrar a otro igual.
Los que han pasado los 60 años lo habrán visto jugar en el club Ingavi, los que no han llegado a esta edad habrán aprendido algo de inglés con él, el resto, seguro guarda en la memoria la imagen de un hombre encantador.
Ernesto Murillo Estrada, es editor general de El Diario
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