María Guerrero
La familia es donde se satisfacen las cuatro necesidades psicológicas básicas con las que todos venimos al mundo: el afecto, el reconocimiento, la pertenencia y la autonomía. Requisitos imprescindibles para el desarrollo de una persona completa.
Es necesario conseguir la armonía familiar, el entendimiento entre los miembros de un hogar que se expresan en un estado de ánimo armónico y dialogante. En el seno familiar es donde establecemos nuestras relaciones más estrechas y es allí donde aprendemos los valores que nos convierten en personas humanas y que nos acompañaran toda la vida.
Ahí se nutren los afectos. Nacemos con la necesidad de ser aceptados y sobre todo queridos por ser quienes somos. Ese amor nos da seguridad, confianza, paz y armonía. Funciona como antídoto para muchos males y es el mayor aliado del equilibrio y la armonía.
Todos necesitamos que se valore nuestro trabajo, nuestro esfuerzo, nuestra caricia… necesitamos sentirnos valorados en un primer momento para alcanzar nuestro sentimiento íntimo de valía. Todos, aún los más pequeños, necesitan su autonomía personal. Saber ir dejando espacios de responsabilidad. Es importante que nos sepamos fiar de ellos, dejarles equivocarse, que es un derecho de todo ser humano.
Necesitamos vivir en pertenencia. Hay familias que se pierden en la macro familia y no se encuentran solos sin la televisión como aliada de la falta de comunicación. Los hijos de nuestro tiempo sienten que pertenecen más a las abuelas o a su profesor que a sus padres, que suelen pertenecer a su trabajo más que a nadie.
En un primer momento, son nuestros padres los que nos cuidan y nos transmiten su modo de ver, interpretar y reaccionar ante la vida. Después somos nosotros los encargados de ponerlo en juego en la vida y los que los transmitimos a nuestros hijos.
Los cambios sociales generan estilos de vida diferentes. Promueven cambios en la estructura familiar. Así predominan los hogares unipersonales, constituidos por la creciente elección de las personas a vivir solas, las familias monoparentales, donde un solo progenitor soltero, separado o viudo convive con sus hijos, o las llamadas “familias ensambladas”. En cualquiera de los casos, los adultos deben crear un vínculo personal para facilitar la convivencia.
El principal valor de una familia unida y armónica es la presencia. Estar presentes lleva consigo estar disponibles para el diálogo abierto y para la convivencia es uno de ellos. Presentes para poder acoger, cuidar o decidir qué intervención es la más conveniente y adecuada en función de las necesidades de la persona o la familia.
Las relaciones personales y la estabilidad familiar son los fundamentos de la libertad, la seguridad y la fraternidad. En las familias armónicas, prima la libertad de todos sus miembros porque creen y confían firmemente en las capacidades de cada uno.
La actitud generosa abre el corazón, tanto del que da su tiempo, como del que lo recibe. La alegría es la consecuencia de esa apertura generosa que facilita que los miembros de la familia se ayuden unos a otros en sus necesidades.
El respeto es otro valor fundamental de la familia. Respeto a la individualidad de cada uno, a sus opiniones y sentimientos. La lealtad, resultado del reconocimiento y la aceptación de los vínculos que nos unen unos a otros, permite mantener y proteger esos vínculos y los valores que representan.
Nunca hay suficiente tiempo en la vida, por eso es importante poner atención en el tiempo de calidad, para compartir nuestros sentimientos de forma transparente y abierta. Si como adultos no somos capaces de expresar lo que sentimos a nuestros hijos, ellos tampoco aprenderán a hacerlo. Los sentimientos positivos son una fuente inagotable de energía que revitaliza las relaciones y promueve el bienestar.
Si perdemos de vista lo esencial de nuestra presencia, estamos permitiendo que “las cosas” se interpongan en nuestras relaciones más importantes. Reír juntos, recordar momentos gratificantes, buscar actividades para compartir, disfrutar de la compañía, reservar espacios para la intimidad y las confidencias, son, entre otras cosas, formas de potenciar y fortalecer los lazos familiares y regalar a los nuestros el equilibrio y la armonía que todos necesitamos para ser felices.
La autora es periodista.
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