José Carlos García Fajardo
A mediados del Siglo XIX se denunció “un fantasma recorre Europa”. Expresión de la toma de conciencia por los trabajadores de que el capital se apoderaba del valor añadido por el trabajo. Surge la conciencia de proletario, de ser humano estafado.
En la antigüedad hubo siervos o esclavos pero no tenían conciencia de que podían y debían alzarse contra ese Amo que los esclavizaba. El sistema ya no era justo ni acorde con la cosmovisión que imponían las revoluciones industrial y política. La lucha de clases fue una realidad exigida por la contradicción y por el empobrecimiento de trabajadores y más parados, hacinados en un ejército de depauperados.
Después de la caída de los grandes imperios (Otomano, alemán, ruso, austríaco, 1914-18) hubo una renovada sensación de malestar y de angustia que preparó el camino para acoger a salva-patrias y a líderes de movimientos totalitarios que ofrecían orden, seguridad y trabajo. Todo ello habría de llevarnos a monstruosas matanzas en las que centenares de millones de personas morían sin saber por qué… ¿qué diferenciaba a los de uno y otro bando, a estudiantes y profesionales, a personas de la misma religión y hasta concepciones?
La explosión demográfica, arma de destrucción masiva que en menos de un siglo pasó de mil doscientos millones a seis mil millones de habitantes y que ya ha aumentado en otros mil millones no fue abordada en sus raíces por la perversa influencia de ideologías que tampoco supieron ver la destrucción del medio ambiente. Y por la oligarquía que se instalaba como potencia oculta que controla producción, trabajo, economías de casino y desprecio por las personas como “recursos humanos” y de respeto de las riquezas de la tierra como “recursos económicos”.
Ante el bombardeo de malas noticias que extiende las emociones negativas, malestar psíquico y lo que es peor, los ciudadanos se sienten culpables de una situación a la que no le ven salida. Y una ciudadanía sin futuro es incapaz de administrar adecuadamente el presente.
La crisis económica extiende un pesimismo social, tristeza y falta de expectativas. No se ve la salida. No hay futuro, por tanto, tampoco hay presente.
Hemos pasado de la preocupación a la angustia, dicen los sociólogos.
En una crónica de Charo Nogueira se ofrece opiniones de prestigiosos expertos: “Estamos en una situación de miedo generalizado: cae la economía, la cifra de parados ha subido de 1,8 millones a 5,6 en apenas cuatro años. Cuando pensábamos que ya salíamos de una crisis, ha llegado la austeridad”, dice el profesor Gil Calvo. Desde que, en 2010, comenzaron los recortes vivimos una pesadilla. Ni hay remedio, ni remediadores. Aquí surge la amenaza de la gran depresión del 29: el peligro de seguir a quienes ofrezcan seguridad, aunque sea sin justicia, como “salva-vidas” ya que no como salva-patrias pues, en la Unión Europea, la confusión todavía no permite a la mayoría asumir la evidencia de Cicerón “Mi patria está allí en donde puedo vivir con dignidad”.
“Hemos pasado de ser los nuevos ricos de Europa, hasta 2008 y con dinero de los alemanes, a ser los nuevos pobres, cuya salvación depende de Alemania, y quizá de Francia”, apunta Gil Calvo. “Lo que me asusta es que se nos dice que somos culpables, que lo tenemos merecido y que tenemos que pagarlo por haber vivido por encima de nuestras posibilidades. Estamos interiorizando lo que creen de nosotros”.
Estamos en estado de shock, pero no es un accidente, es una estrategia de clase que busca objetivos determinantes. Hay un 1%, los especuladores, que se están forrando, apunta Kaplún.
Decimos “la que está cayendo”, pero es un eufemismo que implica que nadie tiene la culpa. Como si fuera un accidente Pero es “la que nos han tirado encima”. Los mercados son personas. El Amo escondido de la parábola de Hegel.
Ante la falta de un futuro en el que podamos intervenir, se tiene la sensación de imposibilidad para hacerlo, en una indefensión aprendida que lleva a decir “no puedo intervenir en el futuro de mi vida”. Esto último lleva a la apatía y a la depresión. Y cuando la depresión, aunque siempre individual, se convierte en una especie de fenómeno colectivo, es un problema mayor.
Empobrecidos, culpables, sin futuro. El miedo es el único valor que se transmite más rápido que las enfermedades, porque es contagioso, advierte el psiquiatra Bobes.
De aquí la urgencia de compartir, de informarnos mediante las redes, de alzarnos contra el nuevo tirano en forma de “mercados” ante el que no sólo es lícito alzarse y derribarlo sino que, ante el sufrimiento de los débiles, es un deber inexcusable. Juntos, podremos. Para recomenzar con otro estilo y otras reglas de juego.
El autor es Profesor Emérito de la Universidad Complutense de Madrid (UCM), Director del Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS).
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Twitter: @CCS_Solidarios
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