Por Carlos Valdivia L.
En la Biblia, en el capítulo décimo del libro primero de los Reyes se lee: “La reina de Saba, al oír la fama del rey Salomón, hizo su entrada en Jerusalén con un gran séquito y con camellos cargados de aromas y oro en cantidad fabulosa de piedras preciosas... Salomón dio a la reina de Saba todo lo que ella deseó. Más tarde, la reina se despidió y regresó con su comitiva a su país”.
No hay más datos sobre esta misteriosa mujer, ni su nombre, ni su aspecto, ni la ubicación del país donde vivió, pero, apelando a la rica imaginación de los antiguos y la leyenda que se tejió en torno a ella, sus estudiosos esbozaron su vida de la siguiente manera.
En los albores de la humanidad, es decir, hace 1500 años, existió en el continente de Africa, Etiopía, un pueblo exótico, con características diferentes a los demás, que llegó a ser uno de los más poderosos de su tiempo. Establecido en el nacimiento del Nilo, cuyas aguas dieron vida a diferentes civilizaciones de la antigüedad.
Muy lejos de allí, al norte, en tierras de Jericó, empezaba a surgir otro reino, Israel, con su capital, la ciudad de Jerusalén, gobernado por Salomón, hijo de David, hombre de extraordinaria inteligencia, amado de su pueblo, célebre por obrar con gran rectitud en sus juicios. Hizo una potencia de su imperio al fortalecer sus relaciones con los reinos vecinos por medio de guerras y tratados, también fomentó el comercio. Egipto siempre había sido enemigo de Israel, pero el faraón al darse cuenta del enorme progreso alcanzado por Israel, obtuvo una alianza al conceder en matrimonio a una de sus hijas con el rey de los judíos. Salomón para la seguridad de su imperio formó un poderoso ejército compuesto por 1.400 carros y 12.000 soldados. Con ellos sometió a los cananeos y a los arameos obteniendo el control sobre las rutas del mar Rojo y del Eufrates al Sinaí. Contrató artesanos fenicios para que enseñaran a los judíos la construcción de embarcaciones y levantaron un puerto sobre el mar Rojo (hoy Eilat). Formó una escuadra marítima que estableció comercios con Africa y la India. Hizo construir un gran templo, maravilla sin igual en su tiempo. Después levantó su renombrado palacio del Líbano, donde tuvieron lugar sus famosos juicios. El reino de Israel estaba en su apogeo.
Quizá el más conocido de estos juicios es el de las dos mujeres que se disputaban sobre la posesión de un niño. El Libro de los Reyes I narra este hecho de esta manera:
Vinieron entonces dos mujeres y se presentaron ante Salomón. Una de las ellas dijo: ¡Mi señor! Yo y esta mujer vivimos en una misma casa. A los tres días de mi parto, dio a luz también esta mujer. Estábamos juntas y ningún extraño había con nosotras en casa, fuera de nosotras dos. Una noche murió el hijo de esta mujer, por haberse acostado ella sobre él; y ella, levantándose a medianoche, tomó a mi niño que estaba junto a mí, mientras yo dormía, y lo acostó en su regazo, y a su hijo muerto lo acostó en mi seno.
Cuando por la mañana me levanté para dar el pecho a mi hijo, lo encontré muerto. Pero, examinándolo bien a la luz del día, vi que no era mi hijo, el que yo había dado a luz.
Replicó la otra mujer: ¡No es verdad! Pues mi hijo es el vivo y el tuyo es el muerto. Más la primera decía: No, tu hijo es el muerto, y mi hijo el vivo.
Salomón, mirando a las dos mujeres ordenó: Traedme una espada, ordenó, le trajeron y dispuso que se partiera en dos al niño vivo. Dad la mitad de él a la una y la otra mitad a la otra. Entonces la madre del niño vivo, viendo que iban a matar a su hijo, dijo: ¡No! Que se lo den a ella, pero no le quiten la vida. La otra en cambio gritaba: ¡Pártanlo! Si no puede ser mío, que no sea de nadie. Entonces el rey Salomón sentenció: Dad a la primera mujer el niño, pues no morirá. Una madre jamás desearía que mataran a su hijo. A la segunda, llévenla a la plaza para que le den veinte azotes por malvada y embustera.
La fama de la sabiduría de Salomón se extendió rápidamente hasta otros países del mundo de entonces, no sólo por la forma de administrar la justicia, porque también escribió proverbios, poemas y estudios sobre la naturaleza.
Entre los pueblos que oyeron hablar de Israel, de su progreso y de la sabiduría de su rey, hubo uno en el que causó una especial impresión: Saba o tierra del Sur, capital del reino de Etiopía, donde gobernaba una talentosa y bellísima mujer. Para otros el reino era Hadramaut, al sur de Arabia (hoy Yemes).
La reina de Saba escuchaba con atención los informes que le llegaban acerca de la existencia de un gran rey que escribía versos y resolvía los problemas más difíciles. Tuvo deseos de conocer al monarca y organizó una pomposa caravana compuesta por guardias reales, servidumbre, camellos y elefantes ricamente enjaezados. Pocos acontecimientos del mundo antiguo han sido tan comentados en la historia como ese remoto viaje.
No era un viaje fácil, acechaban peligros imprevistos al atravesar aquella gran distancia poco conocida, poblada de fieras y pantanos traicioneros. Además, había que salvar una parte del desierto y cargados como estaban de ricos presentes especias, perfumes, oro y piedras preciosas la marcha se hizo lenta y fatigosa.
Finalmente, luego del largo viaje, aparecieron en el horizonte las altas torres que anunciaban la proximidad de la ciudad de Jerusalén, la reina de Saba estaba asombrada al ver una espléndida ciudad gobernada por un rey sabio y justiciero. Muy pronto llegó al suntuoso palacio del rey, Salomón se adelantó a recibirla y sus miradas se encontraron. La reina quedó cautivada desde ese momento por el rey a quien tanto deseaba conocer. Salomón también quedó impresionado por la belleza de la soberana, pero tenía 700 mujeres en calidad de reinas y 300 secundarias. Según la leyenda, la reina le regaló al rey 120 talentos de oro además de bellísimas gemas, perfumes y especias. El rey, con el oro recibido, pudo continuar con el enorme y costos prtograma de su gobierno.
La reina de Saba permaneció varias semanas en Jerusalén exponiendo al rey problemas tan difíciles por resolver. Como por encanto, lo que había empezado como una visita de carácter político, comercial, y hasta con cierta desconfianza, se convirtió en una pareja unida por un amor inmensamente apasionado. Pasaron los días y su larga estadía estaba ocasionando cierta preocupación en su comitiva, los judíos también empezaron a ver con recelo la prolongada permanencia de los etíopes en Jerusalén.
Los dos sabían que debían separase y los preparativos para la partida de la reina de Saba se iniciaron rápidamente, sus acompañantes fueron cargados con riquísimos regalos y la larga fila de camellos, elefantes y esclavos comenzó a trasponer las puertas de Jerusalén, el retorno estaba dispuesto. La despedida fue emotiva y ambos se despidieron con un beso postrero pero apasionado, llevaba en su vientre el fruto de aquel inmenso amor que nació entre ellos. La comitiva avanzó lentamente por las afueras de la ciudad hasta perderse en la lejanía. El retorno fue penoso y triste.
De esta unión nació Menelik I, quien sería el futuro rey de Etiopía y quien sacaría el Arca de la Alianza de Israel, llevándosela a su reino, según se dice.
Así, entre especulaciones y conjeturas de mayor o menor rigor científico, la historia ha continuado su incesante marcha y la famosa reina de Saba sigue envuelta en un velo de misterio, como cuando hizo su apoteósica entrada en Jerusalén hace más de diez siglos antes de la llegada de Jesucristo.
La vida de esta misteriosa reina fue llevada también al cine en 1959, titulada: Salomón y la reina de Saba, dirigida por King Vidor, e interpretada por la célebre actriz Gina Lollobrigida como la reina de Saba.
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