El Gobierno, en las últimas semanas, muestra optimismo en relación con el futuro económico de la nación; pero a la vez no deja de disminuir las posibilidades de la actividad privada y confía más en lo que el Gobierno pueda realizar con las empresas de su dependencia, aunque sabe y conoce que la economía socialista de extrema izquierda no dio buen resultado en el mundo y a ello se debe, en gran manera, el fracaso de la URSS que, luego de más de sesenta años de dominio político de varios países, ha fracasado estrepitosamente.
Continuar con la cantinela de apropiación y reversión de propiedades a manos del Estado, luego de haberse propiciado, así sea en otros gobiernos, su manejo por el capital privado, resulta contraproducente, además de gastos inútiles porque el mismo proceso de creación de esas empresas ha implicado inversiones y, lo contrario, su retorno a dominios del Estado, representa también la erogación de dinero, tanto por devolución de las inversiones como de los montos de indemnización.
Creer que las exigencias de los inversionistas no serán realidad es utópico porque los tribunales internacionales casi siempre les dieron la razón y los gobiernos confiscadores o nacionalizadores han tenido que pagar por las exigencias y hasta caprichos de quienes lograron la razón para sus demandas.
Está comprobado, en el país y el mundo de los grandes negocios y trabajos industriales, que sin inversiones no puede haber avances ni desarrollo de los pueblos porque la inversión implica no sólo la utilización de capital financiero sino de tecnología y, tal vez lo más importante, de capital humano especializado, que es el dinamizador del desarrollo porque, además, de aportar sus conocimientos, traspasa a empleados y obreros los alcances de esos conocimientos.
Sin inversión de todo lo dicho, con seguridad que se postergan las posibilidades de abandonar la pobreza y, consecuentemente, el subdesarrollo crece porque se alimenta de los yerros cometidos con la falta de inversiones. Quienes creen aún en las ventajas del capitalismo de Estado, están errados y así lo comprueban países en los que aún rige el comunismo, aunque con debilidades y transfugios en lo político, porque actúan bajo una especie de principio que sería comunismo para conducir (dominar) al pueblo y capitalismo para lograr el crecimiento de la riqueza. China es, desde hace muchos años, el ejemplo más palpable de esta forma de accionar del sistema que aún no abandona, más por soberbia que por urgencia de hacerlo para bien de su pueblo.
Las experiencias sufridas por nuestro país deberían ser más que suficientes para que el Gobierno abandone las ideas socialistas de extrema izquierda y retome los caminos de la cordura, que muestran como prácticas y realistas a las inversiones que generan desarrollo y progreso. La actividad privada del país se encuentra, en buena parte, en una especie de adormidera o esperando la aprobación de leyes de inversiones prometidas y el restablecimiento de la justicia que sirva de garantía y camino para lo que el país necesita.
Hay empresas que trabajan a medio tiempo y otras que, adormiladas, también esperan el momento propicio. Las exportaciones están en una especie de “status-quo” inconveniente para el país porque ello implica perder mercados y evitar el ingreso de divisas. Hay, pues, un desafío muy grande que el régimen debe enfrentar para corregir el pasado y enfrentar un futuro productivo.
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