Un día en la mesa de redacción de otro medio, en la que me desempeñaba como editor de deportes, tropecé con la orden de uno de los comandantes de esa nave que me dijo sin rubor: “como esta reportera no hace nada, desoye las órdenes y redacta mal, he decidido que trabaje en tu sección para que mejore y, si no lo hace, entonces me comunicas y la despedimos”.
Lo miré perplejo y me vino un enorme deseo de insultarlo y decirle que los que escriben en deportes no eran imbéciles, que la sección no era un correccional de letras, y que tenía un enorme prejuicio en contra del deporte; aunque dudo que me hubiese entendido la diferencia entre estereotipo y prejuicio.
Aquel prejuicioso ignoraba que en el periodismo deportivo se elabora las más lindas crónicas por la riqueza de las figuras literarias. Entre símiles, hipérboles, sinécdoques, retruécanos y más. El canal estatal no tuvo más remedio que invitar a un periodista deportivo, por su riqueza cultural para que sea el narrador en ocasión de la presencia del Papa Juan Pablo II en el país. Muchos de los editores de páginas deportivas terminaron dirigiendo prestigiosas publicaciones y no sigo porque el tema es largo.
Está claro que hay una diferencia entre prejuicio, que es generalmente una visión emocional anticipada y negativa, de un estereotipo, que es una visión posterior y racional en función de los elementos comunes que vemos en personas o grupos, que también puede ser negativo, pero muchas veces es positivo.
Estamos llenos de prejuicios por ejemplo solemos decir que el occidental es sucio, que el camba es holgazán, que el cochabambino vive para comer, que el peruano tiene tales defectos, que el chileno tiene otros y el argentino suele destacarse en tales antivalores.
Si el estereotipo es una generación de expectativas o suposiciones sobre un individuo basadas en su pertenencia a un grupo, el prejuicio u opinión alegre, generalmente negativo, se forma inmotivadamente de antemano y sin el conocimiento necesario.
Estos prejuicios nacen generalmente por una mala transmisión de padres a hijos, quienes no ponen en tela de juicio la aseveración de sus progenitores. Poco a poco a medida que el joven va quitando el velo de los conceptos, puede eliminar estos prejuicios, como diría el filósofo Horkheimer: “no se trata de negar la razón ni la racionalización del mundo, sino más bien de lo contrario: de introducir razón en el mundo”.
Por eso es importante formar jóvenes críticos, pero al mismo tiempo llenos de conceptos positivos, que sepan ver lo bueno del otro y de los otros grupos, que miren la alegría del camba, la laboriosidad del occidental, la constancia del cochabambino, el ansia de comunicación del peruano, la versatilidad del argentino, las ansias de ver el bien común antes que el personal de algunos políticos y más. Es cuestión de ver las cosas desde otro ángulo, desde el que brinda la razón.
Ernesto Murillo Estrada es editor general de El Diario
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