Ninguna comunidad de personas, y menos pueblos o países, puede vivir confrontado entre partes; no debe ser la desunión el “modus vivendi” de las personas por más que difieran en su modo de pensar o sentir. No puede ser la rivalidad motivo para enfrascarse en peleas y discusiones bizantinas que nada positivo acarrean. No puede haber nación sin unidad y las libertades se pueden convertir en libertinaje porque cada miembro de esa comunidad trataría de imponer sus juicios para cualquier cuestión que sea de interés general.
En muchas oportunidades de la vida de nuestro país, la división ha sido parte sustantiva del diario vivir porque los intereses que surgieron, acordes con conveniencias político-sectarias o intereses económicos, han dado lugar a que, en política especialmente, se introduzcan modos y medios para confrontaciones y luchas inconvenientes para el país.
Son las instituciones, conjuntamente los gobiernos y quienes tienen poder político, económico o social, en concordancia con las agrupaciones político-partidarias y grupos cívicos los que deberían buscar la unidad nacional, la convergencia de todos hacia objetivos de total conveniencia. Lamentablemente, es la división el mal que carcome a todos estos grupos porque surgen criterios de que cada uno tiene razón y los demás deben someterse a sus mandados o requerimientos.
¿Cuánto hemos perdido como país tan sólo por la ausencia de unidad? ¿Por qué no fue posible encarar la solución de los problemas nacionales mediante el diálogo constructivo? ¿Qué han conseguido las diversas organizaciones de los resultados generados por la división? El egoísmo con los intereses generales y las ambiciones personales han sido característica de conductas político-partidistas, institucionales y cívicas. En muchos períodos de la historia nacional, hasta en las Fuerzas Armadas se han presentado casos de división que han dañado más al país que a esa misma institución.
Concordar, acordar y convenir remedios y soluciones para los diversos problemas nacionales entre todos los interesados, sería el mejor medio para alcanzar los objetivos que todos buscamos: derrotar a la pobreza, combatir a la corrupción, emprender un desarrollo armónico y sostenido del país y llegar a un progreso en beneficio general.
Las ambiciones personales, las posiciones hegemónicas, los egoísmos y los intereses creados han determinado dos situaciones: la primera, mayores antagonismos entre los diversos grupos, y, segundo, empobrecer al país retrasándolo en sus proyectos e iniciativas para vencer a enemigos comunes como son la pobreza, la corrupción y el nomeimportismo que caracteriza a muchas personas que sólo ven sus propios intereses y conveniencias y no los del bien común.
Es, pues, deber del Gobierno y de las organizaciones político-partidistas, el buscar modos y medios para conseguir la unidad nacional; pero, para ello, imponerse previamente la urgencia de cambiar en beneficio general tomando conciencia de país y adquiriendo valores para servir al bien común; de otro modo, por más que se pregone sólo intentos de unidad, la desunión y los desacuerdos echarán raíces más profundas para el atraso y pobreza.
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