No somos quiénes para meternos en las actividades presidenciales, estando, además, en las antípodas ideológicas con S.E., como para darle consejos. Sería una impertinencia censurable hacerlo. Pero como todo lo que sale de la boca de él nos afecta y repercute inmediatamente en el exterior, preocupa que la imagen de los bolivianos se esté convirtiendo, inevitablemente, en motivo de chacota e incredulidad y que a toda una nación la asocien por lo que manifiesta uno solo de nuestros compatriotas, que hoy es el primero en el mando en Bolivia.
S.E. habla todos los días, inevitablemente. Por lo tanto, todos los días tiene el riesgo de meter la pata, y así sucede con preocupante frecuencia. Eso se debe a que S.E. está en una permanente campaña política y por lo tanto no deja de hablar para la tribuna popular, así sea su discurso en un foro universitario o en un acto militar. Indistintamente, donde vaya, S.E. arremete contra algo o alguien, sea un país o una persona. Al parecer el conflicto permanente es el motivo de su vida, alimenta la inspiración presidencial y abre brechas en nuestra sociedad y en el campo internacional, que terminan siendo incurables.
Hemos podido observar a lo largo de estos casi siete años de gobierno del MAS que los peores gafes oratorios de S.E. se cometen los fines de semana. Raro es el lunes en que los medios no comenten o transcriban las ocurrencias inconfesables del Jefe de Estado y es muy raro que en el curso de la semana sus ministros no traten de “traducir” lo dicho por S.E. y acusen a la prensa de haberlo sacado de contexto, haber malinterpretado sus intenciones, o por último haberse inventado cosas en contubernio con la derecha y la embajada americana. Esa derecha que, jocosamente, encabeza, dizque, nada menos que Juan del Granado.
Lauca Ñ, Ivirgarzama, Chimoré, Capinota, Tiwanaku, Tarabuco, El Alto, los arrabales de Santa Cruz, el Isiboro-Sécure, cualquier lugar donde S.E. vaya en un fin de semana a entregar una canchita de fútbol o aunque sea uno grifo de agua potable, es escenario propicio para que lance su “speach” y enrede a medio mundo. Claro, S.E. cree que durante el fin de semana los periodistas duermen o se van al mercado a comprar papalisa para la sopita y entonces, estando tan lejos de la Sede de Gobierno, se puede tomar ciertas libertades y meterle nomás contra los cambas flojos, los gringos explotadores, los ministros mentirosos, los indios tercos del TIPNIS, los rotos que se lo mamaron a gusto, y hace anuncios apoteósicos que en el Gabinete no se han tratado ni por el forro.
Todo es culpa de los aviones cómodos y de los helicópteros. Sin un Falcon francés de lujo o helicópteros a su servicio, S.E. se quedaría en La Paz a jugar fulbito, comer rico, dormir siesta, ver tele, jugar cacho (lo que se ve se anota) y tal vez firmar algunas de las resmas de papeles urgentes que debe tener apilados en el escritorio de la residencia y que su próximo destino será el cuarto de baño. Los helicópteros son la máxima tentación de S.E. y tienen la culpa de que se vaya de viaje a discursear lo que le viene a la cabeza y nos meta en enredos, dejándonos tan mal parados a todos. Si de siete días a la semana, S.E. sólo hablara cinco, sería la gloria, no sabe cuánta saliva se ahorraría él y cuántos calores dejaríamos de pasar el resto de sus compatriotas. Aunque a los medios les quitaría su circo semanal, que es, justamente, lo que los entretiene a morir en cada “week-end”.
Pese a que S.E. es un hombre joven y sano necesita reposar cada cierto tiempo. No existe cuerpo que aguante tanto desgaste actuando bajo la presión de sus propia gente; sus cocaleros que quieren expandir sus cultivos de coca hacia Santa Cruz y Beni; sus organizaciones sociales que claman por arrebatar posiciones económicas a la derecha; hasta por sus “bartolinas” que le quieren cambiar el nombre a la plaza Murillo de La Paz, porque ya les resulta insufrible que se rinda homenaje a un mestizo de los que el MAS no quiere ni mencionar en el próximo censo, de tantos que son.
S.E. ha sido, con ventaja, el más locuaz de los mandatarios que ha tenido Bolivia en esta etapa democrática que cumple 30 años el próximo mes. El Dr. Siles hablaba poco, el Dr. Paz una vez al año, el general Banzer sólo en conferencias preparadas o cuando lo sorprendían los periodistas, Carlos Mesa cuando era necesario y con precisión de relojero, Goni hablaba bastante, con gracia, pero se gastaba bromas inoportunas que irritaban el escaso humor de los bolivianos, y Paz Zamora ciertamente se iba de lengua siempre, aunque con dotes oratorias y un histrionismo que mantenía un gran público cautivo. Eduardo Rodríguez Veltzé, serio él, no era orador de plazuela ni mucho menos. Los siete presidentes, unos más que otros, tenían además algo que le falta a S.E.: habitaban el Palacio Quemado, utilizaban el sillón del poder, y gobernaban trabajando en la mesa oval del Gabinete. Por supuesto que sus fines de semana los usaban para lo que fuera conveniente, pero no para tener en vilo a toda la población.
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