Víctor Hugo Rodríguez Torrez
En agosto de 1999, a propósito del homenaje que el presidente Bill Clinton brindó a los astronautas norteamericanos Neil Armstrong, Edwin Aldrin y Michael Collins, decíamos en EL DIARIO: “…en julio de 1969 protagonizaron la máxima hazaña de todos los tiempos… a 384.000 kilómetros de la Tierra. Treinta años después recibieron una condecoración gubernamental. Rara esta característica yanqui de reconocer a posteriori a sus máximos valores humanos, tras décadas que éstos en primera persona realizaron la epopeya”.
En 2011 el mandatario Barack Obama les entregó la Medalla de Oro del Congreso estadounidense. Retrotrajo el gigantesco paso que en nombre de la humanidad diera al descender del módulo lunar “The Eagle”, el recientemente fallecido primer ser humano en pisar suelo firme fuera de nuestro planeta. “Así es el sino de los grandes. No son condecorados oportunamente ni por haber ido a la Luna”, era el agregado del artículo.
La población de La Paz seguramente recuerda al ingeniero Armstrong, cuando luego de apoteósica bienvenida, dio el puntazo inicial del encuentro entre Universitario contra 31 de Octubre, en el estadio Hernando Siles.
Entrado en la historia aquel privilegio lunar, NA no se omnubiló ni vanaglorió por su resonante fulgor y prestigio diríase universal.
El 25 de agosto, en la hora final, su corazón, aquel que le bombeó coraje para salir de la Tierra hacia la luna, detuvo la existencia del piloto, científico y por qué no, del humanista, quien con el alunizaje abrió la ruta del hombre hacia dimensiones interplanetarias antes irrealizables, ahora en propulsión. Extraño capricho del destino, 43 años después y en agosto, un robot rastreador made in USA se posó en Marte para alimentar el conocimiento terrícola respecto al enigmático planeta. “Curiosity” irá radiografiándolo para el próximo objetivo astral.
Según la NASA y sideralistas europeos principalmente, antes de 20 años será explorado por una tripulación humana. El espíritu de Armstrong -cuyo ilustre nombre junto a Hiparco de Nicea, Aristarco de Samos, Tolomeo, Galileo, Copérnico, Hubble, da Vinci, Kepler, Brahe, Hewelke, Von Madler, Beer, Verne, Halley y otros cosmo astrónomos- tendría que llevar toda temeridad que abra paso en el universo con fines nobles, no obstante que el reciente amartizaje no fue suficientemente acogido por la opinión mundial.
En sociedades como la nuestra, muchos que están en la luna no comparten y hasta se declaran apáticos con las ciencias astronáuticas. Más bien imprimen mayúscula adoración a las banalidades mundanas. Si bien las atingencias sociales y económicas son cruciales y revisten prioridad para la sobrevivencia humana, temas como el examinado ya no causan expectativa en las generaciones presentes. Y esto parece tener explicación. La avidez al poder, amor a los bienes materiales, endiosamiento al dinero, a la figuración y “auto estima” o sobre valoración de sí mismo, se hallan aquí en la Tierra.
Las ambiciones políticas, riqueza, extravíos, superficialidades, apariencias y el eslabonamiento vanidades, honores, exaltaciones, distinciones, ensoberbecen y anulan el sentido racional del hombre actual, frenético por el estrellato. Indiferente e insensible con sus semejantes, lo es asimismo con las monumentales proezas que no es su interés emular. Valores supremos como la modestia, sencillez y humildad profesados por constructores como aquel primer hombre en la luna, caen en saco roto.
El glorioso lunauta Neil Armstrong yace ahora nimbado en la eternidad. A su generación cósmica con Aldrin y Collins; y a quienes caminaron en suelo lunar Charles Conrad, Alan Bean, David Scott, James Irwin, John Young, Charles Duke, Eugene Cernan y Harrison Schmidt, vale la pena idealizarlos especialmente en noches de luna llena, con alhajas musicales como “Somewhere Over The Rainbow”, es decir “Más Allá del Arco Iris”, como cantaba Judy Garland o “Moon River”, de Henry Mancini…
(En 1971, quien firma esta evocación, periodista de EL DIARIO, presenció en Cabo Kennedy el lanzamiento a la luna del Apolo XV -Alan Sheppard, Edgar Mitchell, Stuart Roosa-. Conoció al padre del cohete Apolo, Werner Von Braun, quien dijo: “no soy sabio, sino un modesto ingeniero mecánico que trata de hacer bien las cosas”, vivencia publicada en la época).
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