Hace seis años la sociedad boliviana estaba agobiada por un impresionante cúmulo de problemas a cual más angustiosos y buscaba una salida a esa patética situación. En efecto, con la elección de nuevas autoridades nacionales se pensaba resolver ese crítico estado de cosas, aplicando medidas salvadoras.
En efecto, un nuevo Gobierno era una esperanza para el país y los candidatos a futuros gobernantes no tardaron en hacer conocer sus programas de gobierno, ofrecimientos que obtuvieron el apoyo respectivo mediante la emisión del voto. Al parecer el pueblo boliviano había encontrado una isla de salvación, librándose de un naufragio inminente.
Sin embargo, pasados seis años de tan optimistas perspectivas históricas, al presente nos encontramos en una situación que tal vez es más dramática que la que se registraba a principios del Siglo XXI. Efectivamente, la sociedad boliviana enfrenta una etapa tanto o más negra y convulsiva que la de esos días de principios de siglo, cuando se vislumbraba un rayo de luz para salir de la dramática situación. Es más, una evaluación del sexenio transcurrido bajo el gobierno de la tienda política denominada “Movimiento Al Socialismo” (MAS), que ofrecía al pueblo boliviano días de orden, tranquilidad y trabajo, permite constatar que la crisis social no se la ha resuelto y, peor aún, se agudiza con mayor incidencia.
El último sexenio ha sido poco menos que tempestuoso. Empezó con la Asamblea Constituyente que se desarrolló en medio de gran violencia y que culminó en la tragedia de “La Calancha”, suceso de violencia que fue seguido por el incidente del 24 de mayo de 2008 en las calles de Sucre.
A esos preludios de terror se sumó la matanza de Huanuni, la toma de minas y la movilización permanente de trabajadores en las calles de La Paz, que fueron encaradas por los gobernantes con diversas medidas que, sin embargo, sólo fueron remiendos temporales. A tan difíciles circunstancias se sumó una serie de linchamientos, que ya llegan a un centenar, en varios lugares del país.
No terminó la violencia, sino que se agravó con los sucesos de El Porvenir, en Santa Cruz el caso Rósza y el no menos angustioso de Caranavi, episodios que registraron numerosos muertos y heridos y causaron zozobra en la población.
Ahí no terminaron los episodios de violencia que van derivando en terror y entre ellos se cuenta el doloroso evento de Chaparina, que cambió la relación de fuerzas políticas en la vida nacional. Por si fuera poco, una medida del Gobierno, denominada “gasolinazo”, estuvo a punto de causar una nueva insurrección popular, desenlace que sólo pudo ser evitado cuando el Gobierno dio un paso atrás.
Pero tampoco esa decisión calmó la crisis, sino que en estos meses se presentó primero el caso de Mallku Khota y paralelamente el de la mina Colquiri, que muestran que el país parece que se ha convertido en un barril de pólvora con la mecha encendida. Se debe agregar que ese rosario de penalidades cae sobre las espaldas del pueblo paceño, cuya paciencia ha llegado al límite. Pero no sólo sufre la población, sino que la imagen que a todo nivel ofrece Bolivia, ha causado pésimo efecto a nivel mundial, frenando las inversiones, mellando el prestigio y la dignidad del país.
Un simple balance del acontecer nacional revela que el país debe dar un golpe de timón que le permita salir del maremagno en que se encuentra y enrrumbarse hacia puerto seguro.
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