Alfonso Echávarri Gorricho
¿Qué sucedería si cada cuatro años se cambiase los nombres de las calles, las direcciones y sentidos de las carreteras, se cerrase rotondas y se abriese tramos de carreteras nuevos y paralelos a los ya existentes, se cambiase los códigos numéricos de las señales en las autopistas al abrigo de una responsabilidad política?
Algo parecido lleva sucediendo durante muchos años en el ámbito de la educación y de la enseñanza. Cambios, reformas, más cambios, recambios, leyes, derogación de leyes y nuevas rotondas. Así es muy complicado situarse en el mapa y mucho más difícil seguir rutas para alcanzar destinos atractivos e interesantes.
Las políticas educativas no pueden depender con exclusividad de los políticos, sino también, y quizá con similares competencias, de personas que sean especialistas en materia educativa y que sepan que la formación de niños, adolescentes y jóvenes está compuesta, además de desarrollos curriculares basados en especialidades académicas, en una atención global al desarrollo y la construcción de cada persona. Cada alumno es confiado a un sistema educativo para que durante el tiempo que pase en él pueda adquirir destrezas y desarrollar capacidades que le posibiliten una vida llena de posibilidades. Y esto es muy serio. Por esto es preciso que la educación no esté sometida a vaivenes dependientes de izquierdas o derechas.
Un buen sistema educativo deber ser estable, de calidad, de valores, donde la persona sea lo más importante. Un sistema educativo que esté en constante mejora, con profesionales comprometidos y convencidos de que su labor es muy importante. Y justamente recompensados. Un sistema educativo que atienda todas las dimensiones del ser humano, tanto a nivel instructivo como a nivel emocional y de aprendizaje social.
Uno de los puntos importantes que debería abarcar este sistema es el cuidado de la salud emocional, algo que parece exclusivo del mundo adulto. Nuestros hijos podrían ser capaces de gestionar más adecuadamente diferentes aspectos complicados o no de sus vidas si tuviesen la ocasión de incorporar en su educación reglada diferentes disciplinas que les ayudasen a vivir más plenamente, a desarrollarse con libertad en un mundo lleno de relaciones interpersonales.
Estoy convencido de que así como un buen maestro puede conseguir que un alumno aprenda a resolver una ecuación de segundo grado, también puede lograr que otro aprenda a gestionar adecuadamente sus emociones. Esto tiene una gran importancia, ya que una persona que ha aprendido a desenvolverse de forma eficaz en materia emocional, es una persona que está capacitada para establecer relaciones sanas entre iguales, para respetarse a sí mismo y a los demás, para ocupar un lugar en este mundo y para dar sentido a su propia existencia. Esto tiene enormes implicaciones. Si un niño es capaz de establecer relaciones sanas entre sus iguales, este niño tiene la oportunidad de practicar un conjunto de habilidades sociales que va a ir conformando su propia estructura personal, dotándole de seguridad en el medio social.
Si un niño, un adolescente, un joven, se respeta a sí mismo, posiblemente tome decisiones que sean acordes con este respeto. Tal vez sabrá “decir no” ante determinadas opciones que puede que se le presenten a lo largo de su vida.
Si, además, el respeto al otro es igualmente importante, no nos quepa la menor duda de que los casos de bullying, problemas de conducta en el aula o fenómenos de ciberacoso se verían muy disminuidos. Además, estos jóvenes serían capaces de negociar adecuadamente conflictos con sus futuras parejas evitando situaciones que llevasen a una ruptura o que condujesen a casos tan terribles de violencia y de maltrato.
Que un niño sea consciente de que tiene un lugar en el mundo, tiene que ver directamente con su autoestima, con su percepción de valía y con la seguridad de que tiene algo que hacer y que aportar.
Muchos profesionales del mundo de la educación y de la enseñanza están reclamando su propia formación en materia emocional para después poder atender, transmitir y posibilitar que aquellos que les han sido confiados puedan desarrollarse con plenitud, al menos en los tiempos que comparten. Esta formación es necesaria, no sólo a los que trabajan en los departamentos de orientación, sino también a todos los que instruyen día a día con sus materias de lengua, matemáticas, historia o educación física.
Es preciso que los equipos directivos empiecen a trabajar en esta dirección. Pero también los padres y madres deben preocuparse por formarse adecuadamente en el mundo emocional para que la tarea de formar personas no sea ámbito exclusivo de la escuela. Tal vez sea hora de dar un salto cualitativo en materia educativa e incorporar en los currículos la promoción de la salud emocional.
El autor es psicólogo y coordinador de Programas en el Teléfono de la Esperanza.
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