Chacota matrimonial de tumba en tumba

Mauricio Mamani Pocoaca

El 9-10 de septiembre del presente sorprendió al pueblo boliviano la noticia de un acto cómico, algo inédito, entre vítores y aplausos. Era una chacota matrimonial que empezó en una tumba para acabar en otra. Primero, en Tiahuanacu. No por ser un sitio sagrado, deja de ser un cementerio de monolitos, sino también de personajes importantes que se enterraban en el pasado. Por ser un cementerio, allí nadie se casaba, ni se casa, por tratarse de un centro que concentra energías fuertes.

Los vítores y los aplausos tienen un sentido humorístico, según el entender del pueblo. En la cultura aymara incluso los insultos son metáforas. Al inicio no caen pesados a las víctimas, sino que provocan risa y, después de un buen rato, recién el insultado reacciona y se enoja. Bueno, los actores impactaron al pueblo con algunas sorpresas completamente ajenas a la cultura tradicional. Los hechos que más causaron risa y aplausos fueron los besos, que son propios de la cultura occidental y no de la cultura andina.

Los novios aparecieron cargando un aguayo. Todos sabemos que esa prenda es realmente nuestra, pero para uso exclusivo de la mujer y no así para el hombre. En un matrimonio, el tercer día, la mujer tiene que cargar los arkus en el aguayo, pero jamás el hombre. La banda tocó la irpaqa. Esa pieza musical no es para el día del matrimonio; sino para otra época y momento especial. Los novios bailan el huayño. En las ciudades se baila el vals; en cambio, en área rural existe una tonada especial y se baila la thuquya, baile de cuatro esquinas; actúan los cuatro, los novios y los padrinos solamente; llevan un paso también especial. Esa pieza musical es exclusiva para esa ocasión y jamás se toca ni se baila en ninguna otra fiesta, por ser algo sagrado.

Lo que más llamaba la atención del público fue la ch’uspa o wallqipu que colgaba del pecho del novio, y el regalo de dos camélidos de parte de nuestro Gobernador. En el pasado, como una norma tradicional, el hombre siempre llevaba consigo wallqipu o ch’uspa con coca y su respectiva llujt’a por debajo de su chaqueta. Para ellos era su acompañante sagrado e inseparable, hoy estas mismas prendas cuelgan del pecho del mentiroso, bufón o exhibicionista. Lamentablemente lo sagrado de nuestros antepasados es confundido con la corbata.

El primer caso es una violación a las normas tradicionales y el segundo es un insulto a los novios. En un matrimonio existen aynis y no regalos. El tutit’aqa, es otra fiesta post matrimonial, en especial en los carnavales, donde también se presentan los aynis con animales y herramientas de trabajo y otras.

Finalmente, lo que también llamó la atención al público fue el ají de fideo, un insulto a los pobres. Un millonario burgués, imitando a los indigentes.

Estas cosas raras no sólo ocurren en nuestro país sino también ocurren en otras latitudes, en especial en el occidente. Por ejemplo: en la década de los setenta los hippies se burlaban del cristianismo; jamás iban a la iglesia; sin embargo, llevaban un crucifijo colgado en el pecho y una vestimenta diferente a las buenas costumbres de sus padres. El deseo de ellos era implantar ciertas modas, como ser el pelo largo y otras caprichosas, de acuerdo con la imaginación de ellos. El pueblo no estaba de acuerdo con esos actos y con mucha razón criticaban y decían: “En tiempo de bárbaras naciones, de la cruz colgaban a los ladrones y hoy en tiempo de las luces, del pecho del ladrón cuelgan las cruces”.

Ahora en estos tiempos de “cambio”, a los aymara nos tocaría opinar y criticar los hechos reales, a cargo de personas ajenas a nuestra cultura tradicional, que violan las sagradas normas de nuestros antepasados, entonces en respuesta diríamos: En el glorioso pasado de nuestra cultura los wallqípu o ch’uspa, que llevaba el hombre, era sagrado y hoy en especial en las ciudades, son muchos los fanfarrones que la confunden con la corbata. A éstos llamaríamos “asesinos culturales”.

Al día siguiente, en la Iglesia de San Francisco continuó el acto. Eso también es ajeno a las costumbre del pueblo, por lo menos nadie ha visto a alguien casarse en esa Iglesia, por ser una catacumba del pasado. En Bolivia existen varias iglesias de ese tipo, pero en La Paz es la única. Pueden existir misas de salud, de alma, misas de los anfitriones de las fiestas, etc. Pero jamás un matrimonio, porque se trata de un templo-cementerio; allí están enterrados los hombres célebres del pasado y los curas desde su constructor y otros que no aceptaban ser enterrados en un cementerio, por ser siervos verdaderos de Dios; preferían que sus restos descansen en paz en los subterráneos de la misma iglesia.

Los actos en Tiahuanacu y en San Francisco nada tienen que ver con nuestras costumbres. Al contrario, estos hechos pueden considerarse como una mofa de las normas andinas y no tener el menor respeto a nuestras tradiciones. Eso significa una burla y no tener personalidad. Además un marxista en un templo es algo extraño. Para los marxistas incluso la religión es el opio de la humanidad.

De todo lo pasado en ambos sitios, para los aymara, esto se consideraría como un sincretismo entre la ignorancia y la mediocridad. El peor de todos es la mezcla de lo sagrado con lo profano y confundir un matrimonio andino-cristiano con otro de cierto carisma occidental.

En fin, todos los actos sociales en nuestro país, son casi siempre una chacota, hasta nuestro viceministro de descolonización - colonizado, se encuentra en una crisis de identidad. Cuando viaja a Europa y se hace el europeo, usa el poncho que es la vestimenta de ellos, traído a América por los españoles y cuando retorna a nuestro país se viste como todo un campesino transculturado. Será por todas estas chacotas, que el ciudadano a pie comenta y dicen: “El que sabe, sabe. Y el que no sabe, es Ministro del Estado Plurinacional”. Posiblemente tengan razón.

En conclusión, los hechos en Tiahuanacu y San Francisco, entre, positivo, negativo; el bien y el mal tenemos: lo positivo, es el pasaje de vida de nuestro Vicepresidente. En la cultura andina, un hombre público y soltero no es respetado como tal; sino que es considerado como un yuqalla chacotero y, después del matrimonio, recién es persona, sus actos son de respeto y considerados de responsabilidad. Lo negativo, ha sido el insulto a la tradición cultural aymara y haber convertido un acto tan importante en una chacota.

El autor es antropólogo.

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