Jorge Gómez Barata
El determinismo científico, fundado sobre datos exactos, estadísticas confiables, métodos y otros recursos matemáticos aplicados a las investigaciones sociales, dan lugar a teorías y estrategias lineales según las cuales unos hechos provocan otros y mediante concatenaciones sucesivas producen regularidades que sirven de base a expectativas, predicciones e incluso programas correctamente formulados, aunque con frecuencia no se cumplen o fracasan porque no tomaron en cuenta impredecibles factores contingentes.
Ningún experto o político predijo que la muerte de Franklin D. Roosevelt en abril de 1945 pondría fin a la alianza entre Estados Unidos y la Unión Soviética y desencadenaría la Guerra Fría. En los años cincuenta expertos norteamericanos aseguraron que en 20 años la energía eléctrica producida por centrales electronucleares sería tan barata que no valdría la pena cobrarla y el presidente Kennedy calculó que para el año 2000, cincuenta países poseerían armas nucleares. Nada ocurrió de ese modo, por el contrario: Alemania, Japón, los países nórdicos y Australia, han renunciado a la energía atómica o están a punto de hacerlo y solamente ocho naciones poseen bombas atómicas.
Veinte años atrás parecía inminente el fin del petróleo y ahora hay más que nunca y siguen apareciendo yacimientos. Nadie hubiera imaginado que pudiera perforarse en mar abierto ni bajo los hielos polares. En las aéreas tecnológicas hace dos décadas la telefonía móvil formaba parte de la ciencia ficción y la imaginación nunca llegó a concebir nada parecido a INTERNET.
Todo ello es más complicado cuando se refiere a la política y a las relaciones internacionales donde los factores subjetivos tienen mayor peso. Ningún experto predijo el colapso de la Unión Soviética; por el contrario, fueron muchos quienes desde diversas perspectivas ideológicas sostuvieron que sería el capitalismo el primero en sucumbir. Nadie imaginó que en treinta años China se convertiría en la segunda economía mundial y, el fin del mundo se ha predicho varias veces y realmente nada indica que esté próximo.
De ahí que aunque se atienda las tendencias en la economía y la política mundial, los avances tecnológicos y las variaciones del clima, aun cuando estén sustentados en datos fidedignos, no se deben asumir sus pronósticos al pie de la letra, sobre todo cuando omiten la existencia de factores contingentes y márgenes de incertidumbre.
Aritméticamente, la crisis de la economía en la zona euro debería llevar a la desarticulación y desaparición de la Unión Europea y, dado su desempeño económico, en 20 años el PIB de China puede ser superior al norteamericano y en un siglo el gigante asiático pudiera desplazar a Estados Unidos como primera potencia mundial. Lo que nadie es capaz de atalayar es qué ocurrirá en China en ese periodo ni cuantas innovaciones generaran las universidades y empresas norteamericanas. Las contingencias pudieran no sólo alterar sino invertir las tendencias en el desarrollo.
Nadie debe ni puede asumir que conoce aquello que será más conveniente para las generaciones venideras ni pensar y mucho menos decidir por ellas. Los hombres y mujeres serán siempre de su tiempo y el pensamiento contemporáneo: “Aun si alza su vuelo al atardecer sigue perteneciendo a hoy”. Si algo puede ser predicho es que el hombre, la humanidad y la cultura sobrevivirán, incluso a sus propios desatinos. Allá nos vemos.
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