Jorge Gómez Barata
“Mahoma es grande y su nombre e imagen son sagrados”. También lo son los de Jesús de Nazaret, Abrahán y Siddhartha Gautamá, para mencionar sólo a los forjadores del islamismo, el cristianismo, el judaísmo y del budismo. Esto es así no sólo para creyentes, sino también para quienes sin serlo practican la libertad de cultos y creen en la tolerancia religiosa. Ello supone la reciprocidad de los creyentes respecto a los que no creen, incluso para quienes, por diferentes motivos e intenciones, correctamente se aproximan críticamente a las religiones y a la fe.
Obviamente, tratándose de fenómenos sociales caracterizados por misterios, dogmas y por la veneración de preceptos, textos e imágenes, se exige que los acercamientos epistemológicos y la crítica se realicen de forma suficientemente cuidadosa como para no lastimar las sensibilidades de los creyentes ni incurrir en profanaciones de lo que ellos consideran sagrado. Hay quienes actúan con mala fe, pero también los hay que yerran por falta de talento para semejantes cometidos.
Precisiones teológicas aparte, se trata de figuras, textos, preceptos, imágenes humanas o humanizadas y de doctrinas, cada una de las cuales y en conjunto enriquecen y confieren universalidad a la cultura y expresan las tensiones por las que pasa la búsqueda de la verdad de la existencia y el progreso humano que encuentran en la fe y sus misterios, en los dioses, santos y profetas, paradigmas inspiradores de los mejores atributos humanos. Todos los credos son buenos cuando promueven la comprensión y exaltan la generosidad y no lo son cuando circunstancialmente estimulan la intolerancia y la violencia.
Obviamente las personalidades religiosas que el tiempo y la dimensión de su obra transformaron en deidades, estuvieron un día físicamente entre los humanos y se expresaron con sus palabras, cosa que hoy se realiza de forma interpuesta, por la interpretación de exegetas, jerarcas, eclesiásticos (obispos, pastores, ayatolas, rabinos, monjes y otros) y por sus fieles que siguen sus enseñanzas y con su comportamiento los honran y hacen vigentes. A veces ocurre lo contrario.
En occidente, en fecha temprana hubo lucidez para sin demeritar una ni la otra, separar la religión de la política, del poder y de la ley; así como de los espacios públicos donde obligatoriamente alternan creyentes y no creyentes. Los filósofos liberales ponentes de las conquistas que auspiciaron el pluralismo y la tolerancia, casi todos creyentes, abrieron los caminos para un estado de cosas jurídico, denominado “estado de derecho”, en el cual la fe y la crítica religiosa pueden convivir.
Es a partir del derecho y de la razón, de la tolerancia y la convivencia de una civilización forjada tanto por sabios y profetas, como por personas comunes que, actuando en nombre de Dios y de los derechos a expresarse, puede criticarse con la misma convicción y vehemencia, tanto las actitudes sacrílegas e irrespetuosas como la profanación y la ofensa a los creyentes, así como las reacciones violentamente desmesuradas que en estos días tienen lugar.
Dios y los hombres crearon caminos y modos de resolver estos conflictos que, por otra parte, no constituyen novedades sino expresiones, algunas de ellas extemporáneas, del azaroso camino hacia la realización de la fe y las cumbres de la civilización. En el nombre de Dios y de la razón: cesen la violencia y el irrespeto y exclúyase el relativismo moral que hace bueno para unos lo que es imperdonable para otros. Allá nos vemos.
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