En la historia de la humanidad, quienes buscaron tener hegemonía sobre grupos y pueblos, incentivaron la división y el odio entre las partes y las discordias llegaban a extremos de enfrentamientos que cobraban vidas y dejaban como saldo heridos y destrucción de propiedades. A muchos conquistadores se les atribuye la incitación a sus huestes para que quemen aldeas o los pueblos conquistados y evitaban que sus pobladores se unan con miras a reconstruir lo perdido.
La unidad, la fraternidad, la solidaridad y otros sentimientos positivos nunca han convenido a quienes disociaban a los pueblos y ejercían dominio sobre ellos. En los tiempos modernos y contemporáneos, son los regímenes totalitarios los que, para acrecentar su poder, promueven división y enfrentamiento en la población. Producidos los extremos, intervienen con miras a “implantar el orden y conseguir armonía entre las partes”; pero ello tiene el precio de la dominación tiránica.
El nazismo, el fascismo, el comunismo y muchas corrientes políticas concebidas por quienes tenían vocación para la dictadura y el dominio mediante la fuerza, han desarrollado sistemas y métodos para conseguir la adhesión de esos grupos tan sólo mediante amenazas y actitudes, siendo la humillación parte de las políticas empleadas. Todo esto implicó la pérdida de libertades y, con ello, de los derechos que nadie se atrevía a reclamar porque la imposición del derecho de la fuerza imposibilitaba que la fuerza del derecho a la libertad y respeto a los derechos humanos se imponga.
En nuestro país, con tintes diferentes y en situaciones extremas, hay propensión a promover la división y el desencuentro entre los habitantes de una región o de diferentes pueblos que, se dice, no comulgan con las disposiciones del régimen imperante y pretenden asumir posiciones de hecho. Los pretextos inventados en estos casos han sido múltiples y lo peor de todo fue que esos pueblos han tomado partido con quienes mostraban mayor poder de convencimiento o mayores medios para imponerse por la fuerza.
Grave, muy grave fue la actitud de muchos dictadores y tiranos que han tenido y usado el poder omnímodo de las armas, del abuso y el matonaje. Con el pretexto de “velar por el cumplimiento de la Constitución y las leyes”, amenazadas de supuesta violación por los considerados enemigos o contrarios al Gobierno, pero que buscaban la recuperación de su libertad, el derecho a expresarse y salvaguardar sus derechos, cada régimen ha dejado reguero de héroes anónimos, de mártires que han sacrificado hasta sus vidas, tan sólo por reconquistar lo perdido: la libertad.
Las sociedades no inmersas en esos extremos desplegados contra los pueblos, han tenido que observar la imposición de nuevos grupos que buscaron aplicar las mismas medidas arbitrarias para conquistar el poder y, en algunos casos, destruyendo a los que habían ejercitado semejantes políticas antes de su llegada. Las rivalidades y los enfrentamientos se multiplicaron y dieron lugar a que los complejos, los resentimientos y las frustraciones sean parte decisiva en la vida de las víctimas y sus familias.
Quienes han desplegado todo lo contrario a la concordia, nunca han podido entender que mucho hubiesen ganado con amor y buen servicio y no haber implantado sistemas que mostraban sólo odio y división. Las experiencias señalan que los caminos de la misma democracia están sembrados de hechos previos llenos de extremos que han lastimado a quienes merecían sólo afecto y servicio como medios para alcanzar su confianza.
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