El primer coscorrón que me hizo ver estrellas lo recibí en un hospital. No hubo tiempo para reconvenir al infractor. Ingresé gritando al centro médico y como no guardé la compostura, en un lugar donde había que estar en silencio, entonces llegó el correctivo.
Luego aprendí que el templo, la escuela, el hospital y el propio hogar son especie de templos que debe respetar el morador y el visitante.
Como muchos de estos lugares están abiertos a todos los sectores humanos, por ejemplo, veo ingresar al templo a católicos, no católicos, curiosos, turistas y seguramente herejes y pecadores.
Grande fue mi sorpresa cuando mis compañeros de trabajo me contaron que el pasado martes, el día de la multitudinaria marcha de los cooperativistas, y en el momento en que lanzaban gases, una autoridad de Gobierno vio las puertas abiertas de El Diario y encontró refugio en nuestro matutino. Entendió que este es un templo donde uno puede ponerse a buen recaudo o al menos sentirse seguro, también me contaron que lo atendieron bien y le hicieron sentir seguro. No podían haber hecho menos.
Tras este hecho me pregunté si un medio de expresión tiene las características de un templo y llegué a la conclusión que, si bien no es una casa de oración ni se profesa un tipo de religión, es un lugar de respeto, un ambiente donde se acogen una pluralidad de pensamientos y se entrega el mejor de los esfuerzos dirigidos a la opinión pública.
El Diario aspira a ser un lugar sagrado, en el sentido lato de la palabra, porque busca ante todo el respeto al otro, se asocia a los intereses mayores del país y privilegia el bien común antes que el logro personal. No cierra las puertas a nadie, aún en el caso que quien pida ayuda sea contrario a algunos puntos de vista que emitimos.
Me alegra saber que se tenga en cuenta el valor de respeto para un medio de comunicación con 108 años de vida en el que han desplegado sus esfuerzos hombres de gran talento, espíritu amplio y forjadores de nuevas ideas.
Este pequeño episodio me trajo a la memoria aquel coscorrón. Me recuerda el grado de compromiso de un periodista que debe hacer todo lo que esté a su alcance para que se siga considerando la casa periodística como un templo, donde se respetan las ideas de todos, pero, fundamentalmente, donde se pueda entender a unos y otros, sin distinción de clases ideologías o formas de pensar, pese a que en algún momento pueda haber lanzado una ofensa contra esta casa.
Ernesto Murillo Estrada es editor general de El Diario
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