Envejecimiento activo
Fran Araújo
Algunas tribus indias celebran un rito iniciático para el tránsito hacia la vejez. La sociedad envejece a marchas forzadas. Según datos de la ONU, en el 2050 el número de ancianos se triplicará, mientras que el resto de la población aumentará sólo la mitad.
Por primera vez en la historia habrá más ancianos que niños. Es un proceso lógico ya que cada vez nacen menos niños y la esperanza de vida aumenta 3 meses cada año desde el siglo pasado. Una situación que para cualquier especie animal sería un claro indicativo de su extinción. Resulta inevitable que la sociedad dé un vuelco.
El envejecimiento de la población resulta similar al proceso de hacerse viejo. Uno abre los ojos incrédulo, como si no se le hubiera estado avisando y, de repente, ya es viejo. A la sociedad le va a pasar lo mismo. Es como un grito sordo al que nadie hace caso, pero como no se tomen medidas pronto se convertirá en uno de los mayores problemas de las próximas décadas.
Muchas voces se han alzado para advertir de las consecuencias de este proceso. El filósofo y etnólogo Claude Levi Strauss predijo que “en comparación con la catástrofe demográfica, la caída del comunismo será algo insignificante”.
Esta situación no resulta tan lejana. En España, por ejemplo, a partir del 2012 la población joven será minoría y en Latinoamérica el número de ancianos se cuadriplicará antes del 2050, ya que el mismo fenómeno se producirá el doble de rápido.
¿Qué significa materialmente este envejecimiento? El cierre de numerosas escuelas, el alargamiento de las jornadas laborales, el descenso de las pensiones, el abandono de los pueblos y una reorganización social a gran escala, entre otras muchas cosas.
Si a todo esto sumamos el actual descrédito que sufre la vejez, el panorama se presenta complicado. En el último siglo, la imagen del anciano se ha deteriorado y ha ido perdiendo importancia social. Han desaparecido de los medios de comunicación y se ha desarrollado un estereotipo dañino que los muestra como seres inútiles. Estamos favoreciendo un sistema que mina la seguridad en sí mismos de los mayores y que los hace dependientes en lugar de necesarios.
Nos quedan 30 años para aprender a envejecer de una manera diferente. Es el momento de reconocer la importancia de los ancianos y de poner en marcha medidas que les devuelvan la dignidad y el valor social que les corresponde. La única sociedad posible será aquella que sepa aprovechar de una manera más creativa la vejez.
En un sistema democrático, el voto de los mayores será aún más decisivo. No hay que olvidar que dentro de treinta años la mitad de la población de Inglaterra tendrá más de 60 años y en el 2050 pasará lo mismo en toda Latinoamérica. Ellos serán los que definan los programas políticos y en sus manos estarán los cambios sociales. Por eso deben sentirse útiles e integrados.
Cuando se jubile la generación del baby boom, los niños nacidos en la década de los 60-70 que han impulsado la revolución tecnológica y económica del mundo, no aceptarán que se los deje a un lado. De persistir en esta actitud de menosprecio de la vejez, asistiremos a una guerra de generaciones de consecuencias difícilmente predecibles.
Puede parecer el argumento de una novela de ciencia ficción, pero no sería del todo descabellado imaginar una sociedad orwelliana dominada por ancianos. Los jóvenes serían esclavos deseosos de hacerse mayores para disfrutar de la libertad de la vejez. Con un poco más de imaginación, incluso se podrían desarrollar mafias que, a través de la falsificación de documentos y la cirugía estética, envejeciesen a la gente para disfrutar del estatus de la vejez cuanto antes.
Es sólo una fantasía, pero si no comenzamos ahora a prepararnos para los cambios que se avecinan no estaremos a la altura de las circunstancias para crear una sociedad justa y equilibrada. Hay que eliminar la idea de la vejez como decadencia, atacar los estereotipos que pesan sobre ella y desarrollar estrategias físicas y psicológicas que hagan al anciano sentirse útil. Aristóteles decía que “viejos son los que viven más para el recuerdo que para la esperanza”. Hagamos entonces que los ancianos sigan sintiéndose jóvenes y con esperanza, porque de ellos depende el bienestar de todos.
El autor es periodista.
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