La llegada de una nueva vida al hogar debe ser una de las alegrías más grandes que el hombre experimenta en este mundo. Es el alargar la vida en otro ser, el fruto del amor de pareja y la consolidación de un matrimonio.
Aunque no todo es color de rosa, porque alimentar al nuevo ser, procurar su mejor sustento y darle las mejores condiciones de vida, pospone a un segundo plano los deseos personales.
Ayer llegaron hasta la Catedral de Santa Cruz un grupo de mujeres con pancartas y mensajes que hacía alusión a la despenalización del aborto. Las manifestantes se pusieron un calzón encima del pantalón donde aparecían diversos mensajes. Me llamó la atención uno de ellos que decía a la letra: “La mujer decide, el Estado garantiza, la sociedad respeta y la iglesia no se mete”. En otras palabras es una decisión mía y sólo mía; que nadie se meta en mi vida.
Naturalmente, durante el desarrollo de la marcha se encontraron con expresiones de aprobación y reprobación, porque algunos consideran que la vida es el mayor don del mundo, entendiendo que es un regalo divino y otros ven que no es así y por el contrario, es un elemento de exclusiva responsabilidad de los progenitores, quienes tienen derecho a alentar o quebrar la nueva existencia.
Junto a esta noticia vino otra que señala que el 2011 se registraron 5.887 divorcios en el país y que al menos la mitad de los matrimonios termina en divorcio. Además, no todos los divorcios terminan en instancias judiciales, porque en otros casos el varón se va de casa, el o los niños quedan bajo el amparo de la madre, y algunos varones tienen dos o más familias de manera simultánea. Hasta hay gente que alardea por tener hijos con dos, tres o cuatro mujeres.
Ante estas evidencias y las preguntas de mis hijos que me llegaron como fuego de metralla, sólo alcance a decirles que los jóvenes necesitan mayor educación ante estos signos tan desafiantes del mundo de hoy, que el mejor ejemplo se recibe en casa y es necesario temer en la vida a alguien, llámese Dios, padre de familia o un ser al que se respete, porque cuando el hombre se endiosa, pierde el horizonte.
La pregunta inmediata fue ¿Y qué pasa con los hijos no deseados, aquellos que llegan fruto de la violencia? Naturalmente no tengo una respuesta, pero si creo en la responsabilidad paterna, en el derecho que tiene el nuevo ser a vivir y que otro no decida por él, así sea el padre.
Al terminar esta reflexión me fui a buscar un lugar de soledad para agradecer a mis padres porque un día decidieron que yo viva, me brindaron la mejor protección, me dieron la mejor educación y postergaron muchas aspiraciones.
Cómo no hacer hoy por nuestros hijos lo que nuestros padres hicieron por nosotros. Dar nacimiento a un nuevo ser también lo hacen los animales, protegerlos también, pero acompañarlos, educarlos y transmitir valores sólo lo puede hacer el ser humano. Así es como espero que mis retoños hagan lo mismo un día, en que reciban la bendición de traer un nuevo ser al mundo.
Ernesto Murillo Estrada, es editor general de El Diario
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