Erase una vez un bosque en el que los pájaros cantaban de día, y los insectos de noche. Los árboles crecían, las flores prosperaban, y toda clase de criaturas pululaban libremente.
Todo el que entraba allí se veía llevado a la Soledad, que es el hogar de Dios, que habita en el silencio y en la belleza de la Naturaleza.
Pero llegó la Edad de la Inconsciencia, justamente cuando los hombres vieron la posibilidad de construir rascacielos y des-truir en un mes ríos, bosques y montañas. Se levantaron edificios para el culto con la madera del bosque y con las piedras del subsuelo forestal. Pináculos, agujas y minaretes apuntaban hacia el cielo, y el aire se llenó del sonido de las campanas, de oraciones, cánticos y exhortaciones. . .
Y Dios se encontró de pronto sin hogar.
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