Consagración de nuevo templo

Al iniciar el año de la Fe, el domingo 7 de octubre, a las 16 hrs., se ha de consagrar el nuevo templo católico: “San Jerónimo” en el local del Seminario de la calle Armentia. La ceremonia estará presidida por el Arzobispo Edmundo Abastoflor. Desde la antigüedad el hombre ha separado el espacio en el que vive dedicando una parte a lo sagrado y otra a lo profano, delimitando el sitio donde transcurre la vida cotidiana de aquel donde se ha rendir culto a la divinidad. Es decir, reserva un sitio al lugar del encuentro del hombre con Dios, que, por esto, se convierte en espacio digno de respeto, al cual se entra con recogimiento, pues es el ámbito donde está Dios.

El ser humano es simbólico, como nos lo muestra Cassirer, y, por eso inventa ritos, ceremonias gestuales, para manifestar ideas difíciles de expresar mediante la simple palabra, y que, además, muestren la magnitud de lo que se quiere hacer vivir al que asiste a la ceremonia, mediante símbolos como el de la vela, que al ser encendida en un templo, nos permite “mirar” el resplandor de la divinidad delante del ser humano y, al mismo tiempo, “vemos” en un plano invisible pero real, la iluminación que ese encuentro produce en el hombre; es decir, es el instante del encuentro de lo divino y lo humano.

En esa línea litúrgica, la consagración de un nuevo templo es el ofrecimiento de algo material, un edificio en este caso, a Dios que es espíritu, como lo hicieron tantos hombres en todos los lugares del mundo, en todos los tiempos, y que en el judaísmo reviste un carácter especial, pues Dios no le permite a David edificar el templo en Jerusalén porque sus manos están manchadas con la sangre de las guerras que ha librado contra sus enemigos, y reserva ese honor a Salomón, cuyo reinado es pacífico.

Esto nos muestra simbólicamente la pureza que debe tener el oferente, el que consagra el templo, lugar de paz, de recogimiento, de aprendizaje, y que en el cristianismo, especialmente católico, es el sitio donde está el huésped más importante, Dios mismo hecho hombre, pues en el sagrario se encuentra el cuerpo, alma y divinidad de Jesús, el Cristo, el Verbo encarnado en ser humano, realmente presente en la hostia consagrada.

Todo templo es el lugar donde se templa el alma del creyente, donde se forja la fe, como la espada se forma en el yunque del herrero, con el calor de la fragua y el golpe del martillo; de la misma manera, pero espiritualmente, el templo modela el alma del ser humano con el calor de la gracia divina, con el fuego de la palabra de Dios, que enseña a la inteligencia y penetra en su ser transformando la vida física en espiritual, mejor dicho, añade a la vida física el mayor plano espiritual posible, y lo hace a golpes de enseñanza, de dolor, de pelea del hombre consigo mismo, pues a medida que vive su fe se da cuenta que tiene la obligación de mirar cada vez más profundamente la Palabra para verla como semilla de renovación.

Además el templo es el lugar del regocijo, de la fiesta permanente porque allí se celebra la Palabra, se canta el misterio de Dios que desciende a la humanidad y toma su carne y su sufrimiento para convertirlo en el gozo de la redención, de la purificación total, del inicio de la divinización del hombre al compartir con Él la vida de Dios con la gracia recibida. Es el lugar donde se imparten los sacramentos, donde se celebran los bautizos, las confirmaciones, las primeras comuniones, las bodas, las curaciones mediante la unción a los enfermos, las despedidas del difunto que ha partido a la casa eterna del Padre, etc. Todos, hechos de alegría, de paz, de renovación. Por eso la consagración de un nuevo templo es, también, una fiesta, un acto de alegría que muestra la permanencia de Dios entre los hombres.