Sobre el bien morir

Antaño, la gente se preparaba para bien morir. Así sucedía con nuestros abuelos. Quien honraba a sus antepasados, a sus seres queridos, estaba preservando su estirpe y dejando un futuro a sus descendientes.

Como todos sabemos, la vida no es para siempre. Por eso, en el diario vivir debemos practicar el bien sin mirar a quién, como lo manda Dios. Tenemos que cumplir con todo lo señalado por Él, hasta que decida llevarnos.

Al hacer un repaso de lo que hemos vivido y cómo hemos vivido, salta un balance íntimo que no nos permite mentirnos a nosotros mismos. Si hemos cometido errores; si hemos faltado a nuestro prójimo, aún estamos a tiempo para enmendarlo y si por el contrario, hemos practicado la virtud, debemos estar contentos y dar gracias al Supremo, por habernos presentado la oportunidad de continuar una mínima parte de su apostolado.

Mientras haya injusticias; mientras existan sectores que padecen tragedias, hambre y necesidad, tenemos la obligación de acercarnos a los desvalidos y hacer todo lo posible por ayudar a nuestros semejantes. Servir a la sociedad y a la comunidad, es el camino.

Por ello, es difícil entender cómo pueden existir políticas e ideologías contrarias al bienestar de los pueblos. No debemos permitir que algunas creencias, ciertas ideologías influyan sobre nuestras buenas costumbres, para cambiarlas por el rencor, el odio y la venganza, males que en el pasado fueron moneda corriente. Pensamos que aquel tipo de barbarie era cosa de antaño.

Vivamos como si éste fuera el último día de nuestra existencia. Sin embargo, que no sea el temor al más allá lo que nos conduzca por la buena senda, sino el convencimiento de que, siendo la vida efímera, el mejor compromiso del ser humano es practicar el amor, el respeto a la familia, la fidelidad, la amistad sincera y, sobre todo, nuestra entrega cada segundo de nuestra existencia, al bien común.

El autor es empresario privado y cívico.