Pocos jóvenes pueden jactarse de haber llevado una vida impecable en sus años mozos, la mayor parte de los que dejamos los años de vitalidad cometimos alguna salvajada que la contamos a los amigos como un acto de heroísmo.
Un episodio que vi esta semana me recordó una de mis majaderías, aunque los actores no eran precisamente muchachos, sino personas mayores; no eran ciudadanos comunes, sino agentes de Tránsito.
Un hombre apurado llegó frente a una clínica, al final de la avenida 6 de Agosto, estacionó su coche y entró presurosamente al centro médico; acto seguido llegaron tres funcionarios de Tránsito que en un santiamén colocaron la grapa a su coche y huyeron velozmente en una vieja camioneta, risas de por medio. Cinco o diez minutos más tarde salió el propietario del coche, se tomó la cabeza, echó unas cuantas maldiciones y no tuvo más remedio que acudir a las oficinas de Tránsito, donde luego de pagar la multa de 50 bolivianos tuvo que esperar la paciencia y buena voluntad de quienes dirigen el tráfico en La Paz.
No es la primera vez que vi esta operación comando para aplicar una multa al infractor. Nunca vi que un agente de Tránsito se acercara al dueño del vehículo para amonestarle y sugerirle que retirara su vehículo, menos que le diera un tiempo de tolerancia. Esa actitud pertenece al campo de la imaginación y de pronto se aplica esa medida en otras latitudes.
Es probable que haya una crisis de actitudes en el mundo moderno, es probable que la formación académica prescinda de estos valores, de manera que me tomé la molestia de volver a leer a Marciano Vidal que en su obra “Moral de Actitudes”, quien más o menos señala que “No es necesario probar la existencia de una crisis profunda en el terreno moral. Es un hecho que se impone con una descarnada evidencia. Esta crisis no significa fin o muerte de la moral, pero tampoco significa una variación sin importancia en el comportamiento moral de los hombres”.
Si Tránsito requiere de recursos extra para algunos de sus nobles cometidos, podría recurrir a otros métodos, a otras instancias; alguna vez la tortilla puede darse la vuelta y ante una contingencia familiar, no le gustaría a uno de estos funcionarios ver, por ejemplo, que cuando necesite de una atención médica urgente, los que deben atenderlo lo ignoren y sigan en su conversación trivial.
Cambiar de actitud no es fácil, no es cuestión de instrucción superficial, es un cambio interno, es una modificación de una forma de ser.
Ernesto Murillo Estrada,
editor general de El Diario
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