El año 2009 la noticia de la muerte de Abraham Bojorquez, hip hopero de profesión y guerrero de nacimiento, enlutó al movimiento de rap paceño. A cuatro años de esa fecha, este breve ensayo recuerda la importancia de su música por el valor político y consciencia social que lo hicieron único.
Bojorquez entendió el grito de la raza –como él la llamaba- y lo hizo propio. Nació en La Paz el año 1983. A los 11 años emigró con un tío a Brasil para trabajar en un taller de costura cerca de Itaquera. Lejos de su hogar no sólo viviría la explotación de sus propios paisanos, también se encontraría con una forma de combatirla: el hip hop. Diez años más tarde volvería a Bolivia encontrándose con la reformulación de una nueva Bolivia.
El Alto es una ciudad joven y caótica que se balancea diariamente entre una amplia afluencia campesina y necesidades de metrópolis. El 74% de sus habitantes son aymaras, 6% son quechuas y el 19% son mestizos. Cada año su territorio se expande hacia las pampas altiplánicas mientras que sus calles se inundan de mundo. La música chicha, la cumbia, el rap y el metal resuenan en los múltiples comercios ambulantes, en los restaurantes, entre los vendedores de discos piratas o los tradicionales agachaditos.
No es raro concebirla como la cuna de grupos de metal y de rap que expresan la frustración cotidiana, el rechazo a la discriminación y la valorización de su lengua madre.
La comparación no es gratuita, El Alto es considerada una ciudad problemática en la que los índices de delincuencia no tienen relación con la crisis económica sino con su nacimiento como ciudad de cholos (los migrantes de las minas) y maleantes. Es en este escenario que Abraham junto a Ronald Bautista dan vida a Ukamau y ké.
Naya, juma, jupa, jiwasa
Rescatando las tradiciones orales, Abraham comenzó a cantar en aymará. Así dejó a la “lengua de los colonizadores” sin flow e hizo de lo que Martí llamaba un “nosotros inclusivo” la base de su discurso. El objetivo era utilizar ese ritmo foráneo y “darle la vuelta (…) jugar el mismo juego”. Así no sólo se hace hip hop también se hace fusión con ritmos e instrumentos bolivianos. Inicialmente la idea era recuperar una de nuestras lenguas originarias, pero el mérito de Ukamu y Ké fue recrearla y sacarla de su adormecimiento.
La adopción no fue sencilla, el hip hop se veía/escuchaba con desconfianza. Las letras iniciales todavía tenían mezclas en portuñol y la vestimenta seguía siendo la de un gringo, pero la resignificación no tardó en llegar. El tiempo de crisis completó el marco necesario para revertir la esencia: dejó de ser copia y le disputó al poder la palabra. Desde ese momento las rimas comenzaron a hablar del orgullo de ser indio y ser boliviano; en ese orden.
A partir de lo que Bourdieu definía como una estrategia de la herejía, Ukamau y ké inició la lucha por la transformación entablando la conversación con los jóvenes. Con sus líricas intentó armar un discurso con “contenido para que el joven pueda reflexionar” y asumir su identidad quechua o aymará dejando de lado esos más de 500 años de vergüenza mal encarada.
El mensaje era claro: no somos el futuro sino el presente “¡Ahora es cuando tengo que participar! Mientras haya injusticia mientras haya pobreza vamos a seguir escupiendo verdades con las líricas”. Letras que llaman a que la rabia por las injusticias sociales se convierta en acción.
Desde su programa El Rincón Callejero, difundido por la radio de la Wayna Tambo, decidió atacar a la máquina desde adentro. No sólo daría mayor cobertura al hip hop combativo, además podría amplificar su voz y escuchar la de los jóvenes. La reivindicación cultural tenía que quebrar el poder de los medios a los que les dedicó una de sus más ácidas críticas, “Medios mentirosos”:
Uñachayaña, Amuyaña
Con unos pantalones de pana gruesa (tan necesaria en el altiplano), una chamarra o un poncho y un tradicional sombrero borsalino Ukamau y ké se apropiaba de los escenarios con una energía cósmica. La transformación era inevitable, desde una tarima era otro. “Creo que se siente la energía de la gente, que se incorpora en mi cuerpo y cambio, hay más actitud; soy otro”.
En este sentirse otro se entendía su conexión con la gente, la sensibilidad de verse en ellos y ser un nosotros (Jiwasa). El alcance de Ukamau Y ké respondía a su discurso inclusivo. Como le gustaba decir “en el mundo andino uno nunca rechaza las cosas, uno recoge e incorpora”. A partir de esta filosofía su voz pudo escucharse junto a la de Manu Chao y la de Gustavo Cordera (de la Bersuit Vergarabat), además de las varias colaboraciones a grupos como Atajo, Los Tuberculosos, Santamandinga y Raza Insana.
En los continuos recorridos cantando lo que veía y sentía, Ukamau y ké, trazaba espacios colectivos de expresión. Tocaba la herida abierta y no permitía olvidar los conflictos latentes de la sociedad.
Abraham hablaba de política sin hacer politiquería y mantenía coherencia en su discurso a partir de sus participaciones en actividades de movimientos sociales y culturales. En los variados talleres de producción de música urbana a jóvenes de El Alto y a reclusos del penal de San Pedro en La Paz, no enseñaba: creaba significados compartidos.
Portada de HOY |
Editorial |
Portada Deportes |
Caricatura |
1 Dólar: | 6.96 Bs. |
1 Euro: | 8.93 Bs. |
1 UFV: | 1.78316 Bs. |
Impunidad |