Atenidos a nuestra independencia como país, olvidamos muchas veces que nos desenvolvemos en un mundo globalizado, donde lo que ocurre en una región del planeta o en cualquier villorio, debido al avance de la comunicación, se lo conoce, se lo aplaude o critica. En muchos casos causan dolor y angustia las desgracias sufridas, mientras surgen críticas a las dictaduras o por los atropellos en algunos sitios a los derechos humanos, o por la situación de pobreza y dependencia de muchos países del Tercer y Cuarto Mundo.
Esto viene a colación por el desprestigio que sufrimos como país en niveles internacionales, donde se nos juzga o ve por las actitudes de nuestra política interna, por las declaraciones que se haga en todo nivel en relación con sistemas políticos, económicos y sociales. Esto ocurre, por ejemplo, cuando se analizan comentarios o criterios emitidos por el Presidente de la República o por el Vicepresidente o, en algunos casos, por el comportamiento de alguna de nuestras autoridades que asisten a seminarios, reuniones o congresos sobre diferentes tópicos en cualquier parte del mundo.
Cada país tiene cimentado su prestigio en el comportamiento de sus habitantes y, mucho más, de sus autoridades que son una representación o la imagen de lo que es el país o la nación, donde cumplen funciones de mando y de representatividad. Cualquier comentario inconveniente y toda indiscreción cuando no están rodeados de la sindéresis, seriedad y hasta solemnidad que merecen, son vistos, analizados, juzgados, aplaudidos o criticados, especialmente si se lo hace en organismos internacionales como Naciones Unidas o en visitas oficiales a otras naciones, donde los medios de comunicación recogen hasta lo mínimo dicho y comportado.
Desde hace siete años, los bolivianos hemos sido testigos de expresiones inamistosas contra Estados Unidos u organizaciones como Naciones Unidas, OEA y otras instituciones internacionales por parte de los dos primeros mandatarios, es decir conceptos, vocablos y frases que no corresponden a la seriedad de las funciones que desempeñan y que, en cualquier circunstancia, implican la palabra oficial del país. A veces, frases que son expresadas en broma o tomadas por su lado alegre o mordaz, no caen bien y menos son comprendidas porque se entiende que quien las emite debe ser serio, circunspecto, respetuoso y hasta previsor de cómo pueda ser interpretado.
Generalmente, para justificar estos comportamientos se manifiesta que son dichos en broma, que no tienen la intención que se les da o que han sido alterados o malinterpretados por los medios que transcriben las expresiones propaladas. Lo cierto es que cuando hay representación del país, aunque se pretenda hacerlo a título personal, los medios toman lo dicho como expresión del país de donde procede, quien emite algún criterio o concepto; en otras palabras, no hay separación de lo oficial con lo personal cuando se cumplen altas funciones que tengan que ver con un país.
Tal vez para evitar este tipo de yerros, sea muy conveniente que lo que vayan a decir los primeros mandatarios se lo escriba, examine, corrija y se evite palabras, criterios o conceptos que puedan ser interpretados indebidamente. Cuidar la imagen del país es deber de quienes ocupan altas funciones, porque todo puede estar sujeto a interpretaciones hechas conforme a conveniencias políticas o sociales.
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